El alquimista

-Quiero quedarme en  el oasis -repuso el muchacho-. Ya encontré a Fátima. Y ella, para mí, vale más que el tesoro.
-Fátima  es una mujer del desierto -dijo el Alquimista-. Sabe que los hombres deben partir para poder volver. Ella ya encontró su tesoro: tú.
Ahora espera que tú encuentres lo que buscas.
-¿Y si decido quedarme? -Serás  el Consejero del Oasis. Tienes oro suficiente como para comprar muchas ovejas  y muchos camellos. Te casarás con Fátima y viviréis  felices el primer año. Aprenderás a amar el desierto y conocerás cada una de  las cincuenta mil palmeras. Verás cómo crecen, mostrando  un mundo siempre cambiante. Y entenderás cada vez más las señales, porque el desierto es el mejor de todos los maestros.
»El  segundo año te empezarás a acordar de que existe un tesoro. Las señales  empezarán a hablarte insistentemente sobre ello, y tú intentarás ignorarlas. Dedicarás todos tus conocimientos al bienestar del oasis y  de sus habitantes. Los jefes tribales te quedarán agradecidos por ello. Y tus camellos te aportarán riqueza y poder.
»Al  tercer año, las señales continuarán hablando de tu tesoro y tu Leyenda  Personal. Pasarás noches enteras andando por el oasis, y Fátima  será una mujer triste, porque ella fue la que interrumpió tu camino. Pero tú le  darás amor, y ella te corresponderá. Tú recordarás que ella jamás te pidió que te  quedaras, porque una mujer del desierto sabe  esperar a su hombre. Por eso no puedes culparla. Pero andarás muchas  noches por las arenas del desierto y paseando entre las palmeras,  pensando que tal vez pudiste haber seguido adelante y haber confiado  más en tu amor por Fátima. Porque lo que te retuvo en el oasis  fue tu propio miedo a no volver nunca. Y, a estas alturas, las señales te indicarán que tu tesoro está enterrado para siempre.
»El cuarto año, las señales te  abandonarán, porque tú no quisiste oírlas.
Los Jefes Tribales lo sabrán, y serás destituido del Consejo.
Entonces serás un rico comerciante con muchos camellos y muchas mercancías.
Pero pasarás el resto de tus días vagando entre las palmeras y el  desierto, sabiendo que no cumpliste con tu Leyenda Personal y que ya es demasiado tarde para ello.

»Sin  comprender jamás que el Amor nunca impide a un hombre seguir su Leyenda Personal. Cuando esto sucede,  es porque no era el verdadero Amor, aquel que habla el Lenguaje del Mundo.

el Alma del Mundo decide comprobar todo aquello que se aprendió durante el camino. Hace esto no  porque sea mala, sino para que podamos, junto con nuestro sueño, conquistar  también las lecciones que aprendimos mientras íbamos hacia  él. Es el momento en el que la mayor parte de las personas desiste.
Es  lo que llamamos, en el lenguaje del desierto, morir de sed cuando las palmeras ya aparecieron en el horizonte.
»Una búsqueda  comienza siempre con la Suerte del Principiante.
Y termina siempre con la Prueba del Conquistador.

-¿Está usted loco? -preguntó el muchacho  al Alquimista cuando ya se habían distanciado bastante-. ¿Por qué les dijo eso? -Para  enseñarte una simple ley del mundo -repuso el Alquimista-.
Cuando tenemos los grandes tesoros  delante de nosotros, nunca los reconocemos.

¿Y sabes por qué? Porque los hombres no creen en tesoros.


Quien vive su Leyenda Personal sabe todo lo que necesita saber.
Sólo una cosa hace que un sueño sea imposible: el miedo a fracasar.
-No tengo  miedo de fracasar. Simplemente no sé transformarme en viento.
-Pues tendrás que aprender. Tu vida depende de ello.
-¿Y si no lo consigo? -Morirás mientras estabas  viviendo tu Leyenda Personal. Pero eso ya  es mucho mejor que morir como millones de personas que jamás supieron que la Leyenda Personal existía.
»Mientras  tanto, no te preocupes. Generalmente la muerte hace que las personas se tornen más sensibles a la vida.
Pasó el primer día. Hubo una gran batalla en las inmediaciones, y varios  heridos fueron trasladados al campamento militar. «Nada cambia  con la muerte», pensaba el muchacho. Los guerreros que morían eran sustituidos por otros, y la vida continuaba.
-Podrías haber muerto más tarde, amigo mío -dijo el guarda al cuerpo  de un compañero suyo-. Podrías haber muerto cuando llegase la paz. Pero hubieras terminado muriendo de cualquier manera.

Al caer el día, el muchacho  fue a buscar al Alquimista. Llevaba al halcón hacia el desierto.
-No sé transformarme en viento -repitió el muchacho.
-Acuérdate  de lo que te dije: el mundo no es más que la parte visible  de Dios. Y que la Alquimia es traer al plano material la perfección espiritual.
-¿Y ahora qué hace? -Alimento a mi halcón.
-Si  no consigo transformarme en viento, moriremos -dijo el muchacho-. ¿Para qué alimentar al halcón? -Quien  morirá eres tú -replicó el Alquimista-. Yo sé transformarme en viento.


-¿Qué es el amor? -preguntó el desierto.
-El  amor es cuando el halcón vuela sobre tus arenas. Porque para él, tú eres un campo verde,  y él nunca volvió sin caza. Él conoce tus rocas, tus dunas y tus montañas, y tú eres generoso con él.
-El  pico del halcón arranca pedazos de mí -dijo el desierto-.
Durante  años yo crío su caza, la alimento con la escasa agua que tengo, le  muestro dónde está la comida. Y un día, justamente cuando yo empezaba a sentir el cariño de la caza  sobre mis arenas, el halcón baja del cielo y se lleva lo que yo crié.
-Pero  tú criaste la caza precisamente para eso -respondió el muchacho-. Para alimentar al halcón.
Y el halcón alimentará al hombre. Y el hombre entonces alimentará un  día tus arenas, de donde volverá a surgir la caza. Así se mueve el mundo.
-¿Y eso es el amor? -Sí,  eso es el amor. Es lo que hace que la caza se transforme en halcón,  el halcón en hombre y el hombre de nuevo en desierto. Es esto lo que hace que el plomo  se transforme en oro, y que el oro vuelva a esconderse bajo la tierra.
-No entiendo tus palabras -dijo el desierto.
-Entonces  entiende que en algún lugar de tus arenas, una mujer me espera.
Y para poder regresar con ella, tengo que transformarme en viento.


Cuando se ama es cuando se consigue  ser algo de la Creación. Cuando se ama no tenemos ninguna necesidad  de entender lo que sucede, porque todo pasa a suceder dentro  de nosotros, y los hombres pueden transformarse en viento.

Siempre que los vientos ayuden, claro está.

El  viento era muy orgulloso y le molestó lo que el chico decía.
Comenzó a soplar con más fuerza,  levantando las arenas del desierto.
Pero  finalmente tuvo que reconocer que, aun habiendo recorrido el mundo entero,  no sabía cómo transformar a los hombres en viento. Y no conocía el Amor.
-Mientras paseaba por el mundo noté que muchas personas hablaban de amor mirando hacia el cielo  -dijo el viento, furioso por tener  que aceptar sus limitaciones-. Tal vez sea mejor preguntar al cielo.
-Entonces  ayúdame -dijo el muchacho-. Llena este lugar de polvo para que yo pueda mirar al sol sin quedarme ciego.
El  viento sopló con mucha fuerza, y el cielo se llenó de arena, dejando apenas un disco dorado en el lugar del sol.
Desde  el campamento resultaba muy difícil ver lo que sucedía. Los hombres del desierto ya conocían aquel  viento. Se llamaba simún, y era  peor que una tempestad en el mar (porque ellos no conocían el mar). Los caballos relinchaban y las armas empezaron a quedar cubiertas de arena.
En el peñasco, uno de los comandantes le dijo al general: -Quizá sea mejor parar todo esto.
Ya  casi no podían ver al muchacho. Los rostros seguían cubiertos por  los velos azules, pero los ojos ahora transmitían solamente espanto.
-Vamos a poner fin a esto -insistió otro comandante.
-Quiero  ver la grandeza de Alá -dijo, con respeto, el general-.
Quiero ver cómo los hombres se transforman en viento.
Pero  anotó mentalmente el nombre de los dos hombres que habían tenido  miedo. En cuanto el viento parase, los destituiría de sus respectivos  puestos, porque los hombres del desierto no sienten miedo.
-El viento me dijo que tú conoces  el Amor -dijo el muchacho al Sol-.
Si conoces el Amor, conoces también el Alma del Mundo, que está hecha de Amor.
-Desde  donde estoy puedo ver el Alma del Mundo -dijo el Sol-. Ella se comunica con mi  alma y los dos juntos hacemos crecer las plantas y  caminar en busca de sombra a las ovejas. Desde donde estoy, y estoy muy  lejos del mundo, aprendí a amar. Sé que si me aproximo un poco más  a la Tierra, todo lo que hay en ella morirá, y el Alma del Mundo
dejará  de existir. Entonces nos contemplamos y nos queremos, y yo le doy vida y calor y ella me da una razón para vivir.
-Tú conoces el Amor -aseguró el muchacho.
-Y  conozco el Alma del Mundo, porque conversamos mucho en este  viaje sin fin por el Universo. Ella me cuenta que su mayor preocupación  es que, hasta hoy, sólo los minerales y los vegetales entendieron  que todo es una sola cosa. Y para eso no es necesario que el  hierro sea igual que el cobre, ni que el cobre sea igual que el oro.
Cada uno cumple su función exacta en esta cosa única, y  todo sería una  Sinfonía de Paz si la Mano que escribió todo esto se hubiera detenido en el quinto día de la creación.
» Pero hubo un sexto día -añadió el Sol.
-Tú  eres sabio porque lo ves todo desde la distancia -respondió el muchacho-.
Pero no conoces el Amor. Si no hubiera habido un sexto día  de la creación, no existiría el hombre, y el cobre sería siempre cobre, y el plomo siempre plomo. Cada uno tiene su Leyenda Personal, es  verdad, pero un día esta Leyenda Personal se cumplirá. Entonces es necesario  transformarse en algo mejor, y tener una nueva Leyenda Personal, hasta que el Alma del Mundo sea realmente una sola cosa.
El  Sol se quedó pensativo y decidió brillar más fuerte. El viento, que  estaba disfrutando con la conversación, sopló también más fuerte, para que el Sol no cegase al muchacho.


-Para  eso existe la Alquimia -prosiguió el muchacho-. Para que cada hombre busque su tesoro, y lo encuentre, y después  quiera ser mejor de  lo que fue en su vida anterior. El plomo cumplirá su papel hasta que el mundo no necesite más plomo; entonces tendrá que transformarse en oro.
»Es  lo que hacen los Alquimistas. Muestran que, cuando buscamos ser mejo res de  lo que somos, todo a nuestro alrededor se vuelve mejor también.
-¿Y por qué dices que yo no conozco el Amor? -preguntó el Sol.
-Porque el  amor no es estar parado como el desierto, ni recorrer el mundo como el viento, ni  verlo todo de lejos, como tú. El Amor es la fuerza que transforma  y mejora el Alma del Mundo. Cuando penetré en ella por  primera vez, la encontré perfecta. Pero después vi que era un  reflejo de todas las criaturas, y tenía sus guerras y sus pasiones.
Somos nosotros quienes  alimentamos el Alma del Mundo, y la tierra donde vivimos será mejor o peor según seamos mejores o peores. Ahí
es  donde entra la fuerza del Amor, porque cuando amamos, siempre deseamos ser mejores de lo que somos.
-¿Qué es lo que quieres de mí? -quiso saber el Sol.
-Que me ayudes a transformarme en viento  -respondió el muchacho.
-La  Naturaleza me reconoce como la más sabia de todas las criaturas -dijo el Sol-, pero no sé cómo transformarte en viento.
-¿Con quién debo hablar, entonces? Por un momento, el Sol se quedó callado. El viento lo estaba escuchando  todo, y difundiría por todo el mundo que su sabiduría era limitada. Sin embargo, no había manera  de eludir a aquel muchacho que hablaba el Lenguaje del Mundo.
-Habla con la Mano que lo escribió todo -dijo el Sol.
El  viento gritó de alegría y sopló con más fuerza que nunca. Las tiendas comenzaron  a arrancarse de la arena y los animales se soltaron de sus riendas. En  el peñasco, los hombres se agarraban los unos a los otros para no ser lanzados lejos.
El  muchacho se dirigió entonces a la Mano que Todo lo Había Escrito.
Y, en vez de empezar a hablar, sintió que el Universo permanecía en silencio, y él guardó silencio también.
Una  fuerza de Amor surgió de su corazón y el muchacho comenzó a  rezar. Era una oración nueva, pues era una oración sin palabras y sin ruegos.
No estaba agradeciendo que las ovejas hubieran encontrado pasto , ni implorando para vender más cristales, ni pidiendo que la mujer  que había encontrado estuviese esperando su regreso. En el silencio que siguió, el muchacho entendió  que el desierto, el viento y  el Sol también buscaban las señales que aquella Mano había escrito, y  procuraban cumplir sus caminos y entender lo que estaba escrito en una  simple esmeralda. Sabía que aquellas señales estaban diseminadas por  la Tierra y el Espacio, y que en su apariencia no tenían ningún motivo  ni significado, y que ni los desiertos, ni los vientos, ni los soles ni los hombres sabían por qué habían sido creados. Pero aquella Mano tenía  un motivo para todo ello, y sólo ella era capaz de operar milagros,  de transformar océanos en desiertos y hombres en viento.
Porque  sólo ella entendía que un designio mayor empujaba al Universo  hacia un punto donde los seis días de la creación se transformarían en la Gran Obra.

Y  el muchacho se sumergió en el Alma del Mundo y vio que el Alma  del Mundo era parte del Alma de Dios, y vio que el Alma de Dios era su propia alma. Y que podía, por lo tanto, realizar milagros.
El  simún sopló aquel día como jamás había soplado. Durante muchas  generaciones los árabes contaron la leyenda de un muchacho que  se había transformado en viento, había semidestruido un campamento  militar y desafiado el poder del general más importante del ejército.
Cuando  el simún cesó de soplar, todos miraron hacia el lugar don de estaba el muchacho. Ya no se encontraba allí; estaba junto a un centinela  casi cubierto de arena y que vigilaba el lado opuesto del campamento.
Los  hombres estaban aterrorizados con la brujería. Sólo dos personas  sonreían: el Alquimista, porque había encontrado a su verdadero  discípulo, y el general porque el discípulo había entendido la gloria de Dios.

«Todo lo que sucede una vez puede que no suceda nunca más. Pero  todo lo que sucede dos veces, sucederá, ciertamente, una tercera.» 

-No  importa lo que haga, cada persona en la Tierra está siempre representando  el papel principal de la Historia del mundo -dijo-. Y normalmente no lo sabe.

. Daba gracias a Dios por haber creído  en su Leyenda Personal y por haber encontrado cierto día a un rey,  un mercader, un inglés y un alquimista. Y, por encima de todo, por  haber encontrado a una mujer del desierto, que le había hecho entender  que el Amor jamás separará a un hombre de su Leyenda Personal.

«  ¿De qué sirve el dinero, si tienes que morir? Pocas veces el dinero es capaz de librar a alguien de la muerte»

PARA MEDITAR

Lejos de la mascara de lo que me represente en el plano físico. Sabes quien soy. En este momento de consciencia o inconsciencia te digo: Seguir creyendo que todo es simple casualidad, es seguir negándose a la VIDA.
El orgullo se manifiesta cuando crees tener todas las respuestas.
Lo esencial es invisible a los ojos. Y aún así la mirada es el reflejo del alma.
Es tu momento de Accionar, de Actuar. Ahora te toca elegir, como yo lo hice en su momento. Elegir.... Decisión y desafío o Miedo y Renuncia.
Yo estoy aquí. Aún sigo aquí para mostrarte un camino.
Por qué siempre renunciaste culpando o pretextando en las acciones del otro?
El sabio es mas sabio porque tiene todas las respuestas? o porque se abre a la experiencia de una nueva forma de SER; con sus desafíos, triunfos, derrotas y consecuencias?.
Mis silencios, fueron lo que pensaste? o fueron desafíos y respuestas?
REFLEXIONAR .. Cómo te he mostrado la sabiduría del Universo? RECUERDAS esos instantes?
Ahora decidme, quien ha renunciado?
Cómo me pides, sollozando en ocasiones que te muestre el camino, si cuando te lo he mostrado eliges el miedo y la renuncia y lo alejas disfrazando esos miedos con Sabiduría de palabras hechas, mas no manifiestas en tu actuar.
Interpreta el silencio. Las señales que te muestro a diario.
Elegir conservar ese camino, mas aún cuando represente un desafío; pues en el encontraras todas las respuestas.
Lo he puesto para ti, una y mil veces, en varias vidas y situaciones; en varias almas. Y siempre, culpando al otro eliges la renuncia.
Por qué aún sigues preguntándome entonces?
Recuerdas cuando pensabas que era imposible que estuviese en tu realidad? La pediste incondicional y para tu crecimiento? Era un sueño me decias, todo un desafío recuerdas?. Estaba ahí para mostrarte el camino. No para satisfacer tus vanidades, mas para acercarte al propósito de SER.
Recuerda, en la quietud y el silencio, están todas las respuestas. Por qué te incomoda tanto el silencio de otra alma? 
Lee de principio a fin, todo lo que te he dictado desde los INICIOS de tu DESPERTAR, MEDITARLO un tiempo razonable, todo lo que has escrito esta ahí para todos tus hermanos, pero principalmente PARA TI.
ABRE LOS OJOS Y VE, Como siempre te he mostrado la LUZ, antes que la OSCURIDAD, por la que aún sigues eligiendo transitar.
AHORA es el momento, Aún estas a tiempo. Aún te espera, Aún sigue ahí para mostrarte otra parte de tu CRECIMIENTO, de tu DESPERTAR.
Perdonate, Perdona y elige CRECER.
Actúa HOY(el hoy sin tiempo), sin pasado ni futuro. Recuerda HOY es todo lo que tienes.
CONFÍA EN MI, yo siempre estoy junto a ti.
Es tu momento de ELEGIR. Desaparecer de verdad el EGO, y hablar desde el CORAZÓN, pedir una nueva oportunidad, como tantas veces te la he pedido yo atreves de tus hermanos.
Elige CRECER hijo mio. En la INOCENCIA, LA TERNURA Y EL AMOR, esta la SABIDURÍA de la MADRE que he plantado para TI.
RENUNCIA a sus percepciones pasadas y sufrimientos.
Otra ALMA - ESPEJO. ACEPTACIÓN. TOLERANCIA. RESPETO. APOYO. UNIDAD.
Y POR SOBRE TODO, AMOR - FE .... Es todo lo que necesitan.
REFLEXIONA.
Seguirás eligiendo la RENUNCIA y REGRESANDO al inicio una y otra vez? O al fin ELIGIRÁS llevar la VIDA de mi mano?

La RESPUESTA sigue aguardando por ti. Es tu turno. Bien sabes, lo que tenes que hacer. 

HÁGASE TU VOLUNTAD.
Yo podía ser una muchacha de provincias, sin grandes historias que contar, sin el brillo y la presencia de las mujeres de la ciudad. Pero la vida de provincias, aunque no haga a la mujer más elegante o mejor preparada, le enseña a escuchar el corazón, a entender sus instintos.

Nadie logra mentir, nadie logra ocultar nada cuando mira directo a los ojos.
Y toda mujer, con un mínimo de sensibilidad, consigue leer los ojos de un hombre enamorado. Por absurda que parezca, por fuera de lugar y de tiempo que se manifieste esa pasión.

Es una frase muy sencilla —dijo—. Te quiero.

A veces nos invade una sensación de tristeza que no logramos controlar, decía él. Percibirnos que el instante mágico de aquel día pasó, y que nada hicimos. Entonces la vida esconde su magia y su arte.
Tenemos que escuchar al niño que fuimos un día, y que todavía existe dentro de nosotros. Ese niño entiende de momentos mágicos. Podemos reprimir su llanto, pero no podemos acallar su voz.
Ese niño que fuimos un día continúa presente. Bienaventurados los pequeños, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Si no nacemos de nuevo, si no volvemos a mirar la vida con la inocencia y el entusiasmo de la infancia, no tiene sentido seguir viviendo.
Existen muchas maneras de suicidarse. Los que tratan de matar el cuerpo ofenden la ley de Dios. Los que tratan de matar el alma también ofenden la ley de Dios aunque su crimen sea menos visible a los ojos del hombre.
Prestemos atención a lo que nos dice el niño que tenemos guardado en el pecho. No nos avergoncemos por causa de él. No dejemos que sufra miedo, porque está solo y casi nunca se le escucha.
Permitamos que tome un poco las riendas de nuestra existencia. Ese niño sabe que un día es diferente de otro.
Hagamos que se vuelva a sentir amado. Hagamos que se sienta bien, aunque eso signifique obrar de una manera a la que no estamos acostumbrados, aunque parezca estupidez a los ojos de los demás.
Recuerden que la sabiduría de los hombres es locura ante Dios. Si escuchamos al niño que tenemos en el alma, nuestros ojos volverán a brillar. Si no perdemos el contacto con ese niño, no perderemos el contacto con la vida.

Allí estaba yo, en una ciudad que nunca había pisado aunque estaba a menos de tres horas de mi ciudad natal. Sentada ante aquella mesa donde sólo conocía a una persona... y todos hablaban conmigo como si me conociesen desde hacía mucho tiempo. Sorprendida conmigo misma porque era capaz de conversar, beber y divertirme con ellos.
Yo estaba allí porque, de repente, la vida me había dado la Vida. No sentía culpa, ni miedo ni vergüenza. A medida que pasaba el tiempo a su lado, y lo oía hablar, me iba convenciendo de que tenía razón: existen momentos en los que todavía es necesario correr riesgos, dar pasos insensatos.
«Me paso días y días delante de esos libros y cuadernos, haciendo un esfuerzo sobrehumano para comprar mi propia esclavitud —pensé—. ¿Por qué quiero ese empleo? ¿Qué me va a aportar como ser humano o como mujer?»
Nada. Yo no había nacido para pasar el resto de mi vida sentada ante un escritorio, ayudando a los jueces a resolver sus procesos.

Porque, en la vida real, el amor necesita ser posible. Incluso aunque no haya una retribución inmediata, el amor sólo consigue sobrevivir cuando existe la esperanza —por lejana que sea— de que conquistaremos a la persona amada. El resto es fantasía.
El que es sabio, sólo es sabio porque ama. El que es loco, sólo es loco porque piensa que puede entender el amor
Quien ama necesita saber perderse y encontrarse. Él logra equilibrar bien las dos partes. Son los locos que inventaron el amor
Quien puede dominar su corazón, puede conquistar el mundo.

El amor está lleno de trampas. Cuando quiere manifestarse, muestra apenas su luz, y no nos permite ver las sombras que esa luz provoca.

Los pies de los trabajadores, los pies de los peregrinos, los pies de los aventureros moldearon estas piedras—dijo él—. Las piedras cambiaron, y también los viajeros.

Ciertas personas viven peleadas con alguien, peleadas con ellas mismas, peleadas con la vida. Así, empiezan a montar una especie de pieza teatral en su cabeza, y escriben el guión según sus frustraciones.
— Yo conozco a mucha gente así. Sé de lo que estás hablando.
— Y lo peor es que no pueden representar esa pieza de teatro solas —prosigue—. Entonces comienzan a convocar a otros actores.

Hay otras personas que nos «convocan» cuando comienzan a comportarse como víctimas, quejándose de las injusticias de la vida, pidiendo que los demás estén de acuerdo, den consejos, participen.
Me miró a los ojos.
— Cuidado —dijo—. Cuando se entra en ese juego, siempre se sale perdiendo.

¿Por qué hacemos esto con nuestras vidas? ¿Por qué vemos la paja en el ojo ajeno y no vemos las montañas, los campos y los olivares?

Te admiro —dice—. Y admiro la lucha que estás librando contra tu co-razón.
Hay cosas en la vida por las que vale la pena luchar hasta el fin.

Balada para un loco

Las tardecitas de Buenos Aires tiene ese qué sé yo, ¿viste? 
Salgo de casa por Arenales, lo de siempre en la calle y en mí, 
cuando de repente, detrás de ese árbol, se aparece él, 
mezcla rara de penúltimo linyera y de primer polizonte 
en el viaje a Venus. Medio melón en la cabeza, 
las rayas de la camisa pintadas en la piel, 
dos medias suelas clavadas en los pies, 
y una banderita de taxi libre en cada mano... Ja...ja...ja...ja... 
Parece que sólo yo lo veo, porque él pasa entre la gente 
y los maniquíes me guiñan, los semáforos me dan tres luces celestes 
y las naranjas del frutero de la esquina me tiran azahares, 
y así, medio bailando, medio volando, 
se saca el melón, me saluda, me regala una banderita 
y me dice adiós. 

Ya sé que estoy piantao, piantao, piantao, 
no ves que va la luna rodando por Callao 
y un coro de astronautas y niños con un vals 
me baila alrededor... 
Ya sé que estoy piantao, piantao, piantao, 
yo miro a Buenos Aires del nido de un gorrión; 
y a vos te vi tan triste; vení, volá, sentí, 
el loco berretín que tengo para vos. 
Loco, loco, loco, cuando anochezca en tu porteña soledad, 
por la ribera de tu sábana vendré, con un poema 
y un trombón, a desvelar tu corazón. 
Loco, loco, loco, como un acróbata demente saltaré, 
sobre el abismo de tu escote hasta sentir 
que enloquecí tu corazón de libertad, ya vas a ver. 

Y así el loco me convida a andar 
en su ilusión súper-sport, 
y vamos a correr por las cornisas 
con una golondrina por motor. 
De Vieytes nos aplauden: Viva, viva... 
los locos que inventaron el amor; 
y un ángel y un soldado y una niña 
nos dan un valsecito bailador. 
Nos sale a saludar la gente linda 
y el loco, pero tuyo, qué sé yo, loco mío, 
provoca campanarios con su risa 
y al fin, me mira y canta a media voz: 

Quereme así, piantao, piantao, piantao... 
trepate a esta ternura de loco que hay en mí, 
ponete esta peluca de alondra y volá, volá conmigo ya: 
vení, quereme así piantao, piantao, piantao, 
abrite los amores que vamos a intentar 
la trágica locura total de revivir, 
vení, volá, vení, tra...lala...lara.


La fe y el amor no se discuten


Un sujeto encuentra a un viejo amigo, que vive tratando de acertar en la vida, sin resultado. «Voy a tener que darle un poco de dinero», piensa. Sucede que, esa noche, descubre que su amigo es rico, y que ha venido a pagar todas las deudas que ha contraída en el correr de los años.
Van hasta un bar que solían frecuentar juntos, y él paga la bebida de todos. Cuando le preguntan la razón de tanto éxito, él responde que hasta unos días antes había estado viviendo el Otro.
— ¿Qué es el Otro? —preguntan.
— El Otro es aquel que me enseñaron a ser, pero que no soy yo. El Otro cree que la obligación del hombre es pasar la vida entera pensando en cómo reunir dinero para no morir de hambre al llegar a viejo. Tanto piensa, y tanto planifica, que sólo descubre que está vivo cuando sus días en la tierra están a punto de terminar. Pero entonces ya es demasiado tarde.
— Y tú ¿quién eres?
— Yo soy lo que es cualquiera de nosotros, si escucha su corazón. Una persona que se deslumbra ante el misterio de la vida, que está abierta a los milagros, que siente alegría y entusiasmo par lo que hace. Sólo que el Otro, temiendo desilusionarse, no me dejaba actuar.
— Pero existe el sufrimiento—dicen las personas del bar.
— Existen derrotas. Pero nadie está a salvo de ellas. Por eso, es mejor perder algunos combates en la lucha por nuestros sueños que ser derrotado sin siquiera saber por qué se está luchando.
— ¿Sólo esa? —preguntan las personas del bar.
—Sí. Cuando descubrí eso, decidí ser lo que realmente siempre deseé. El Otro se quedó allí, en mi habitación, mirándome, pero no lo dejé entrar nunca más, aunque algunas veces intentó asustarme, alertándome de los riesgos de no pensar en el futuro.
»Desde el momento en que expulsé al Otro de mi vida, la energía divina obró sus milagros.
El universo siempre nos ayuda a luchar por nuestros sueños, por locos que parezcan. Porque son nuestros sueños, y sólo nosotros sabemos cuánto nos cuesta soñarlos.



Ninguno de los dos había dicho nada. No es necesario hablar del amor, porque el amor tiene su propia voz, y habla por sí mismo. Aquella noche, en la orilla de la fuente, el silencio permitió que nuestros corazones se acercasen y se conociesen mejor.


El amor es siempre nuevo. No importa que amemos una, dos, diez veces en la vida: siempre estamos ante una situación que no conocemos. El amor puede llevarnos al infierno o al paraíso, pero siempre nos lleva a algún sitio. Es necesario aceptarlo, pues es el alimento de nuestra existencia. Si nos negamos, moriremos de hambre viendo las ramas del árbol de la vida cargadas, sin
coraje para estirar la mano y coger los frutos. Es necesario buscar el amor donde esté, aunque eso signifique horas, días, semanas de decepción y tristeza.
Porque en el momento en que salimos en busca del amor, el amor también sale a nuestro encuentro.

Y nos salva.

«Hombre y mujer los creó Dios» —dijo, repitiendo una frase del Génesis—. Porque eso era a su imagen y semejanza: hombre y mujer.

La verdad siempre está donde existe la fe.

— El superior me decía que si yo creyese que sabía, terminaría sabiendo—continuó—. Empecé a conversar cuando estaba solo en mi celda. Recé para que el Espíritu Santo se manifestase y me enseñase todo lo que necesitaba saber. Poco a poco fui descubriendo que, a medida que hablaba solo, una voz más sabia decía las cosas por mí.
— A mí me pasa lo mismo——dije, interrumpiéndolo.
Él esperó a que continuase. Pero yo no conseguía decir nada más.
— Te escucho —dijo.
Algo me había trabado la lengua. Él decía cosas bellas, y yo no podía expresarme con las mismas palabras.
— La Otra está tratando de volver—dijo, como si hubiese adivinado mi pensamiento—. La Otra tiene miedo de decir tonterías.

— Sí —respondí, haciendo todo lo posible por vencer el miedo—. Mu-chas veces, cuando converso con alguien y me entusiasmo con algún tema, termino diciendo cosas que nunca había pensado. Es como si canalizara una inteligencia que no es mía, y que entiende de la vida mucho más que yo.

Nosotros somos nuestra gran sorpresa —dijo él—. La fe del tamaño de un grano de mostaza nos haría mover esas montañas. Es eso lo que apren-dí. Y hoy me sorprendo cuando escucho con respeto mis propias palabras.
»Los apóstoles eran pescadores, analfabetos, ignorantes. Pero aceptaron la llama que bajaba del cielo. No tuvieron vergüenza de la propia ignorancia; tuvieron fe en el Espíritu Santo.

»Ese don es de quien quiere aceptarlo. Basta con creer, aceptar, y no tener miedo de cometer algunos errores.

— Es eso—respondió él—. Aceptar el don. Entonces el don se manifiesta.

Hágase tu voluntad, Señor. Porque Tú conoces la flaqueza de corazón de Tus hijos, y sólo das a cada uno un peso que pueda cargar. Que Tú entiendas mi amor, porque es la única cosa que tengo realmente mía, la única cosa que podré llevar a la otra vida. Haz que se conserve valiente y puro, capaz de seguir vivo, a pesar de los abismos y de las trampas del mundo.

«Hay muchas maneras de servir al Señor. Si crees que ése es tu destino, ve a su encuentro. Sólo quien es feliz puede repartir felicidad.»
»— No sé si ése es mi destino —respondí a mi superior—. Encontré la paz en mi corazón cuando decidí entrar en este monasterio.

»— Entonces ve allí, y sácate todas las dudas —dijo él—. Quédate en el mundo, o regresa al seminario. Pero tienes que estar entero en el lugar que escojas. Un reino dividido no resiste las embestidas del adversario. Un ser humano dividido no consigue afrontar la vida con dignidad.

— Que la Inmaculada Concepción me enseñe a amar como ella —dije—. Que ese amor me haga crecer a mí y al hombre a quien fue dedicado. Recemos un avemaría.
Rezamos juntos, y tuve de nuevo una sensación de libertad. Durante años había luchado contra mi corazón porque tenía miedo a la tristeza, al sufrimiento, al abandono. Siempre había sabido que el verdadero amor estaba por encima de todo eso, y que era mejor morir que dejar de amar.

Pero veía que sólo los demás tenían coraje. Y ahora, en este momento, descubría que yo también era capaz. Aunque significase partida, soledad, tristeza, el amor valía cada céntimo de su precio.

Pero en ese momento de nada servían las palabras. El amor se descubre mediante la práctica de amar.

No deberías preguntar —respondí ——. El amor no hace muchas preguntas, porque si empezamos a pensar empezamos a tener miedo. Es un miedo inexplicable, y no vale la pena intentar traducirlo en palabras.

»Puede ser el miedo al desprecio, a no ser aceptada, a quebrar el encanto. Parece ridículo, pero es así. Por eso no se pregunta: se actúa. Como tú mismo has dicho tantas veces, se corren los riesgos.

Ya tienes mi corazón —respondí, fingiendo no haber oído sus palabras—. Mañana puedes partir, y recordaremos siempre el milagro de estos días; el amor romántico, la posibilidad, el sueño.

»Pero creo que Dios, en Su infinita sabiduría, escondió el Infierno dentro del Paraíso. Para que estuviésemos siempre atentos. Para no dejarnos olvidar la columna del Rigor mientras vivimos la alegría de la Misericordia,
Pero si uno acepta que sabe, termina sabiendo de verdad.

— No pienses que soy difícil —dije—. Ya he tenido muchos hombres. Ya he hecho el amor con personas a las que en realidad no conocía.

«¿Ves? Fue aceptar tú y él desapareció. Como todos los hombres.»

«Se fue —prosiguió la Otra—. Tienes que salir de este fin del mundo. Tu vida en Zaragoza aún está intacta; vuelve corriendo. Antes de perder lo que conseguiste con tanto esfuerzo.»
«Él debe de tener sus motivos», pensé.
«Los hombres siempre tienen motivos —respondió la Otra—. Pero el hecho es que terminan dejando a las mujeres.»
Entonces tengo que saber cómo vuelvo a España. El cerebro necesita estar ocupado todo el tiempo.
«Vayamos al lado práctico: dinero», decía la Otra.
No me quedaba un céntimo. Tenía que bajar, llamar a mis padres a cobro revertido, y esperar a que me enviasen dinero para un billete de regreso.
Pero es día festivo, y el dinero no llegará hasta mañana. ¿Qué hago para comer? ¿Cómo explicar a los dueños de la casa que deberán esperar dos días para recibir el pago?

«Mejor no decir nada», respondió la Otra. Sí, ella tenía experiencia, sabía lidiar con situaciones como ésta. No era una muchacha apasionada que pierde el control, sino una mujer que siempre había sabido lo que quería en la vida. Yo debía seguir allí, como si nada hubiese pasado, como si él fuese a regresar. Y cuando llegase el dinero, pagaría las deudas y me marcharía.

«Muy bien —dijo la Otra—. Estás volviendo a ser la que eras. No te pon-gas triste, porque un día encontrarás a un hombre. Alguien a quien puedas amar sin riesgos.»
Fui a buscar las ropas que había puesto en el radiador. Estaban secas. Necesitaba saber en cuál de aquellos pueblos había un banco, llamar por teléfono, tomar medidas. Mientras pensase en eso, no tendría tiempo para llorar ni para sentir añoranza.

Fue entonces cuando vi el papel:
«He ido al seminario. Arregla tus cosas (¡ja!, ¡ja! ¡ja!), pues viajamos esta noche a España. Volveré al atardecer.»
Y se despedía con estas palabras: «Te amo.»
Apreté el papel contra el pecho, y me sentí miserable y aliviada al mismo tiempo. Noté que la Otra se encogía, sorprendida del descubrimiento.
Yo también lo amaba. A cada minuto, a cada segundo, ese amor crecía y me transformaba. Volvía a tener fe en el futuro y volvía —poco a poco— a tener fe en Dios.
Todo por causa del amor.
«No quiero volver a conversar con mis propias tinieblas —me prometí, cerrándole definitivamente la puerta a la Otra—. Una caída de la tercera planta hiere tanto como una caída de la centésima planta. »
Si tenía que caer, que fuera de lugares bien altos.


Siempre miro esa fuente que está ahí fuera. Y me quedo pensando: antes nadie sabía dónde estaba el agua, hasta que Savin decidió cavar, y la descubrió. Si no hubiese hecho eso, la ciudad estaría allá abajo, cerca del río.
— ¿Y eso qué tiene que ver con el amor? —pregunté.
— Esa fuente trajo a las personas, con sus esperanzas, sus sueños y sus conflictos. Alguien tuvo la osadía de buscar el agua, y el agua se reveló, y todos se reunieron a su alrededor. Pienso que, cuando buscamos el amor con coraje, el amor se revela, y terminamos atrayendo más amor. Si una persona nos quiere, todos nos quieren.

»Del mismo modo, si estamos solos, nos quedamos más solos todavía. Es extraña la vida.


Esperar. Ésa fue la primera lección que aprendí sobre el amor. El día se arrastra, haces miles de planes, imaginas todas las conversaciones posibles, prometes cambiar tu comportamiento… y te vas poniendo ansiosa y ansiosa, hasta que llega tu amado.

Entonces ya no sabes qué decir. Esas horas de espera se han transfor-mado en tensión, la tensión en miedo, y el miedo hace que nos dé vergüenza mostrar nuestro afecto.

— Estoy exhausta —dije, rompiendo el silencio—. Hace menos de una semana sabía quién era y qué quería de la vida. Ahora parece que haya entra-do en una tempestad que me arrastra de un lado para otro sin que yo pueda hacer nada.

— Resista —dijo el padre—. Es importante.

A medida que Dios nos hace participar de su misterio, nos sentimos más desorientados. Porque Él constantemente nos pide que sigamos nuestros sueños y nuestro corazón. Hacer eso es difícil, porque estamos acostumbrados a vivir de una manera diferente.
»Y descubrimos, con sorpresa, que Dios nos quiere ver felices, porque Él es padre.

— Y madre

Para tener una vida espiritual uno no necesita entrar en un seminario, ni tiene que hacer ayuno, abstinencia y castidad.
»Basta con tener fe y aceptar a Dios. A partir de ahí, cada uno se trans-forma en Su camino, pasamos a ser el vehículo de Sus milagros.
— Él ya me habló de usted —interrumpí—. Y me enseñó estas mismas cosas.

— Espero que usted acepte sus dones —respondió el padre—. Porque no siempre ocurre, como nos enseña la historia. A Osiris lo descuartizan en Egipto. Los dioses griegos se enemistan por culpa de mujeres y hombres de la Tierra. Los aztecas expulsan a Quetzalcóatl. Los dioses vikingos asisten al in-cendio del Valhalla por causa de una mujer. Jesús es crucificado.

Porque Dios viene a la Tierra a mostrarnos nuestro poder. Formamos parte de Su sueño, y Él quiere un sueño feliz. Por lo tanto, si admitimos que Dios nos creó para la felicidad, tendremos que asumir que todo aquello que nos lleva a la tristeza y a la derrota es culpa nuestra.
»Por eso siempre matamos a Dios. Sea en la cruz, en el fuego, en el exi-lio, sea en nuestro corazón.
— Pero aquellos que Lo entienden…

— Ésos transforman el mundo. A costa de mucho sacrificio.

»Nunca podemos juzgar la vida de los demás, porque cada uno sabe de su propio dolor y de su propia renuncia. Una cosa es suponer que uno está en el camino cierto; otra es suponer que ese camino es el único.

»Jesús dijo: la casa de mi padre tiene muchas moradas. El don es una gracia. Pero también es una gracia llevar una vida de dignidad, de amor al pró-jimo y de trabajo.
María tuvo un esposo en la Tierra que trató de demostrar el valor del trabajo anónimo. Aunque sin aparecer mucho, fue él quien proveyó techo y alimento para que su mujer y su hijo pudiesen hacer todo lo que hicie-ron. Su trabajo tiene tanta importancia como el trabajo de ellos, aunque casi no se dé valor a eso.



Escribí durante un día, y otro, y otro más. Todas las mañanas iba a la orilla del río Piedra. Siempre, al atardecer, la mujer se acercaba, me cogía del brazo y me llevaba a su habitación del antiguo convento.
Lavaba mis ropas, preparaba la cena, charlaba de cosas sin importancia y me metía en la cama.
Cierta mañana, cuando ya estaba llegando al final del manuscrito, oí el ruido de un coche. El corazón me saltó en el pecho, pero no quería creer lo que me decía. Ya me sentía libre de todo, y estaba preparada para volver al mundo y formar parte de él.
Lo más difícil ya había pasado, aunque quedase la nostalgia.
Pero mi corazón no se equivocaba. Sin levantar los ojos del manuscrito, sentí su presencia y el sonido de sus pasos.
— Pilar —dijo, sentándose a mi lado.
Yo no respondí. Seguí escribiendo, pero ya no podía coordinar los pen-samientos. Mi corazón daba brincos, tratando de liberarse de mi pecho y correr al encuentro de él. Pero yo no le dejaba.
Él se quedó allí sentado, mirando el río, mientras yo escribía sin parar. Pasamos así toda la mañana —sin decir una palabra, y me acordé del silencio de una noche, junto a una fuente, donde de repente entendí que lo amaba.
Cuando mi mano no aguantó más del cansancio, me detuve un poco. Entonces él habló.
— Estaba oscuro cuando salí de la caverna, y no logré encontrarte. En-tonces fui hasta Zaragoza —dijo—. Y fui hasta Soria. Y recorrería el mundo entero siguiéndote. Decidí volver al monasterio de Piedra para ver si encontra-ba alguna pista, y encontré a una mujer.
»Ella me indicó dónde estabas. Y me dijo que me habías esperado todos estos días.
Los ojos se me llenaron de lágrimas.
— Me quedaré sentado a tu lado mientras estés aquí junto al río. Y si te vas a dormir, dormiré delante de tu casa. Y si viajas lejos, te seguiré los pasos.
»Hasta que me digas: vete. Entonces me iré. Pero te amaré por el resto de mi vida.
Yo ya no podía ocultar el llanto. Vi que él también lloraba.
— Quiero que sepas una cosa… —dijo.
— No digas nada. Lee —respondí, dándole los papeles que tenía en el regazo.
Durante toda la tarde estuve mirando las aguas del río Piedra. La mujer nos trajo bocadillos y vino, dijo algo sobre el tiempo y volvió a dejarnos solos. Más de una vez él interrumpió la lectura, y se quedó con la mirada perdida en el horizonte, absorto en sus pensamientos.
En cierto momento, resolví ir a dar una vuelta por el bosque, por las pe-queñas cascadas, por las laderas llenas de historias y significados. Cuando empezaba a ponerse el sol, regresé al sitio donde le había dejado.
— Gracias —fue su primera palabra cuando me devolvió los papeles—. Y perdón.
A orillas del río Piedra me senté y sonreí.
— Tu amor me salva, y me devuelve los sueños — continuó.
Me quedé callada, sin moverme.
— ¿Conoces bien el salmo 137? —preguntó.
Dije que no con la cabeza. Tenía miedo de hablar.
— A orillas de los ríos de Babilonia…
— Sí, sí, lo conozco —dije, sintiendo que volvía poco a poco a la vida—. Habla del exilio. Habla de las personas que cuelgan sus cítaras porque no pue-den cantar la música que les pide el corazón.
— Pero después de llorar de nostalgia por la tierra de sus sueños, el salmista se promete a sí mismo:
¡Jerusalén, si yo de ti me olvido,
que se seque mi diestra!
¡Mi lengua se me pegue al paladar
si de ti no me acuerdo…!
Sonreí una vez más.
— Me estaba olvidando. Y tú me haces recordar.
— ¿Crees que recuperarás tu don? —pregunté.
— No lo sé. Pero Dios siempre me dio una segunda oportunidad en la vida. Me la está dando contigo. Y me ayudará a encontrar mi camino.
— El nuestro lo interrumpí de nuevo.
— Sí, el nuestro.
Me cogió de las manos y me levantó.

— Vete a buscar tus cosas —dijo—. Los sueños dan trabajo.
Rara vez nos damos cuenta de que estamos rodeados por lo Extraordinario. Los milagros suceden a nuestro alrededor, las señales de Dios nos muestran el camino, los ángeles piden ser oídos…; sin embargo, como aprendemos que existen fórmulas y reglas para llegar hasta Dios, no prestamos atención a nada de esto. No entendemos que Él está donde le dejan entrar.
Las prácticas religiosas tradicionales son importantes; nos hacen participar con los demás en una experiencia comunitaria de adoración y de oración. Pero nunca debemos olvidar que una experiencia espiritual es sobre todo una experiencia práctica del Amor. Y en el amor no existen reglas. Podemos intentar guiarnos por un manual, controlar el corazón, tener una estrategia de comportamiento… Pero todo eso es una tontería. Quien decide es el corazón, y lo que él decide es lo que vale.
Todos hemos experimentado eso en la vida. Todos, en algún momento, hemos dicho entre lágrimas: «Estoy sufriendo por un amor que no vale la pena.» Sufrimos porque descubrimos que damos más de lo que recibimos. Sufrimos porque nuestro amor no es reconocido. Sufrimos porque no conseguimos imponer nuestras reglas.
Sufrimos impensadamente, porque en el amor está la semilla de nuestro crecimiento. Cuando más amamos, más cerca estamos de la experiencia espiritual. Los verdaderos iluminados, con las almas encendidas por el Amor, vencían todos los prejuicios de la época.
Tarde o temprano tenemos que vencer nuestros miedos, pues el camino espiritual se hace mediante la experiencia diaria del amor.
El monje Thomas Merton decía: «La vida espiritual consiste en amar. No se ama porque se quiera hacer el bien, o ayunar, o proteger a alguien. Si obramos de ese modo, estamos viendo al prójimo como un simple objeto, y nos estamos viendo a nosotros como personas generosas y sabias. Esto nada tiene que ver con el amor. Amar es comulgar con el otro, es descubrir en él una chispa divina.

Que mis lágrimas corran así bien lejos, para que mi amor nunca sepa que un día lloré por él. Que mis lágrimas corran bien lejos, así olvidaré el río Piedra, el monasterio, la iglesia en los Pirineos, la bruma, los caminos que recorrimos juntos.
Olvidaré los caminos, las montañas y los campos de mis sueños, sueños que eran míos y que yo no conocía.
Me acuerdo de mi instante mágico, de aquel momento en el que un «sí» o un «no» puede cambiar toda nuestra existencia. Parece que no sucedió hace tanto tiempo y, sin embargo, hace apenas una semana que reencontré a mi amado y lo perdí.
A orillas del río Piedra escribí esta historia. Las manos se me helaban, las piernas se me entumecían a causa del frío y de la postura, y tenía que descansar continuamente.
— Procura vivir. Deja los recuerdos para los viejos —decía él.
Quizá el amor nos hace envejecer antes de tiempo, y nos vuelve más jóvenes cuando pasa la juventud. Pero ¿cómo no recordar aquellos momentos? Por eso escribía, para transformar la tristeza en nostalgia, la soledad en recuerdos. Para que, cuando acabara de contarme a mí misma esta historia, pudiese jugar en el Piedra; eso me había dicho la mujer que me acogió. Así —recordando las palabras de una santa— las aguas apagarían lo que el fuego escribió.
Todas las historias de amor son iguales.
Todos los días Dios nos da, junto con el sol, un momento en el que es posible cambiar todo lo que nos hace infelices. Todos los días tratamos de fingir que no percibimos ese momento, que ese momento no existe, que hoy es igual que ayer y será igual que mañana. Pero quien presta atención a su día, descubre un instante de silencio después del almuerzo, en las mil y una cosas que nos parecen iguales. Ese momento existe: un momento en el que toda la fuerza de las estrellas pasa a través de nosotros y nos permite hacer milagros.

La felicidad es a veces una bendición, pero por lo general es una conquista. El instante mágico del día nos ayuda a cambiar, nos hace ir en busca de nuestros sueños. Vamos a sufrir, vamos a tener momentos difíciles, vamos a afrontar muchas desilusiones…, pero todo es pasajero, y no deja marcas. Y en el futuro podemos mirar hacia atrás con orgullo y fe.
Pobre del que tiene miedo de correr riesgos. Porque ése quizá no se decepcione nunca, ni tenga desilusiones, ni sufra como los que persiguen un sueño. Pero al mirar hacia atrás porque siempre miramos hacia atrás oirá el corazón que le dice: «¿Qué hiciste con los milagros que Dios sembró en tus días? ¿Qué hiciste con los talentos que tu Maestro te confió? Los enterraste en el fondo de una cueva, porque tenías miedo de perderlos. Entonces, ésta es tu herencia: la certeza de que has desperdiciado tu vida.»
Pobre de quien escucha estas palabras. Porque entonces creerá en milagros, pero los instantes mágicos de su vida ya habrán pasado.

Porque en todos los momentos de nuestra vida existen cosas que podrían haber sucedido y terminaron no sucediendo. Existen instantes mágicos que van pasando inadvertidos y, de repente, la mano del destino cambia nuestro universo.