-Quiero quedarme en
el oasis -repuso el muchacho-. Ya encontré a Fátima. Y ella, para mí,
vale más que el tesoro.
-Fátima es
una mujer del desierto -dijo el Alquimista-. Sabe que los hombres deben partir
para poder volver. Ella ya encontró su tesoro: tú.
Ahora espera que tú encuentres lo que buscas.
-¿Y si decido quedarme? -Serás el Consejero del Oasis. Tienes oro suficiente
como para comprar muchas ovejas y muchos
camellos. Te casarás con Fátima y viviréis
felices el primer año. Aprenderás a amar el desierto y conocerás cada
una de las cincuenta mil palmeras. Verás
cómo crecen, mostrando un mundo siempre
cambiante. Y entenderás cada vez más las señales, porque el desierto es el
mejor de todos los maestros.
»El segundo
año te empezarás a acordar de que existe un tesoro. Las señales empezarán a hablarte insistentemente sobre ello,
y tú intentarás ignorarlas. Dedicarás todos tus conocimientos al bienestar del
oasis y de sus habitantes. Los jefes
tribales te quedarán agradecidos por ello. Y tus camellos te aportarán riqueza
y poder.
»Al tercer
año, las señales continuarán hablando de tu tesoro y tu Leyenda Personal. Pasarás noches enteras andando por
el oasis, y Fátima será una mujer
triste, porque ella fue la que interrumpió tu camino. Pero tú le darás amor, y ella te corresponderá. Tú
recordarás que ella jamás te pidió que te
quedaras, porque una mujer del desierto sabe esperar a su hombre. Por eso no puedes
culparla. Pero andarás muchas noches por
las arenas del desierto y paseando entre las palmeras, pensando que tal vez pudiste haber seguido
adelante y haber confiado más en tu amor
por Fátima. Porque lo que te retuvo en el oasis
fue tu propio miedo a no volver nunca. Y, a estas alturas, las señales
te indicarán que tu tesoro está enterrado para siempre.
»El cuarto año, las señales te abandonarán, porque tú no quisiste oírlas.
Los Jefes Tribales lo sabrán, y serás destituido
del Consejo.
Entonces serás un rico comerciante con muchos
camellos y muchas mercancías.
Pero pasarás el resto de tus días vagando entre las
palmeras y el desierto, sabiendo que no
cumpliste con tu Leyenda Personal y que ya es demasiado tarde para ello.
»Sin
comprender jamás que el Amor nunca impide a un hombre seguir su Leyenda
Personal. Cuando esto sucede, es porque
no era el verdadero Amor, aquel que habla el Lenguaje del Mundo.
el Alma del Mundo decide comprobar todo aquello que
se aprendió durante el camino. Hace esto no
porque sea mala, sino para que podamos, junto con nuestro sueño,
conquistar también las lecciones que
aprendimos mientras íbamos hacia él. Es
el momento en el que la mayor parte de las personas desiste.
Es lo que
llamamos, en el lenguaje del desierto, morir de sed cuando las palmeras ya
aparecieron en el horizonte.
»Una búsqueda
comienza siempre con la
Suerte del Principiante.
Y termina siempre con la Prueba del Conquistador.
-¿Está usted loco? -preguntó el muchacho al Alquimista cuando ya se habían distanciado
bastante-. ¿Por qué les dijo eso? -Para
enseñarte una simple ley del mundo -repuso el Alquimista-.
Cuando tenemos los grandes tesoros delante de nosotros, nunca los reconocemos.
¿Y sabes por qué? Porque los hombres no creen en
tesoros.
Quien vive su Leyenda Personal sabe todo lo que
necesita saber.
Sólo una cosa hace que un sueño sea imposible: el
miedo a fracasar.
-No tengo
miedo de fracasar. Simplemente no sé transformarme en viento.
-Pues tendrás que aprender. Tu vida depende de
ello.
-¿Y si no lo consigo? -Morirás mientras
estabas viviendo tu Leyenda Personal.
Pero eso ya es mucho mejor que morir
como millones de personas que jamás supieron que la Leyenda Personal
existía.
»Mientras
tanto, no te preocupes. Generalmente la muerte hace que las personas se
tornen más sensibles a la vida.
Pasó el primer día. Hubo una gran batalla en las
inmediaciones, y varios heridos fueron
trasladados al campamento militar. «Nada cambia
con la muerte», pensaba el muchacho. Los guerreros que morían eran
sustituidos por otros, y la vida continuaba.
-Podrías haber muerto más tarde, amigo mío -dijo el
guarda al cuerpo de un compañero suyo-.
Podrías haber muerto cuando llegase la paz. Pero hubieras terminado muriendo de
cualquier manera.
Al caer el día, el muchacho fue a buscar al Alquimista. Llevaba al halcón
hacia el desierto.
-No sé transformarme en viento -repitió el
muchacho.
-Acuérdate
de lo que te dije: el mundo no es más que la parte visible de Dios. Y que la Alquimia es traer al
plano material la perfección espiritual.
-¿Y ahora qué hace? -Alimento a mi halcón.
-Si no
consigo transformarme en viento, moriremos -dijo el muchacho-. ¿Para qué
alimentar al halcón? -Quien morirá eres
tú -replicó el Alquimista-. Yo sé transformarme en viento.
-¿Qué es el amor? -preguntó el desierto.
-El amor es
cuando el halcón vuela sobre tus arenas. Porque para él, tú eres un campo
verde, y él nunca volvió sin caza. Él
conoce tus rocas, tus dunas y tus montañas, y tú eres generoso con él.
-El pico del
halcón arranca pedazos de mí -dijo el desierto-.
Durante años
yo crío su caza, la alimento con la escasa agua que tengo, le muestro dónde está la comida. Y un día,
justamente cuando yo empezaba a sentir el cariño de la caza sobre mis arenas, el halcón baja del cielo y
se lleva lo que yo crié.
-Pero tú
criaste la caza precisamente para eso -respondió el muchacho-. Para alimentar
al halcón.
Y el halcón alimentará al hombre. Y el hombre
entonces alimentará un día tus arenas,
de donde volverá a surgir la caza. Así se mueve el mundo.
-¿Y eso es el amor? -Sí, eso es el amor. Es lo que hace que la caza se
transforme en halcón, el halcón en
hombre y el hombre de nuevo en desierto. Es esto lo que hace que el plomo se transforme en oro, y que el oro vuelva a
esconderse bajo la tierra.
-No entiendo tus palabras -dijo el desierto.
-Entonces
entiende que en algún lugar de tus arenas, una mujer me espera.
Y para poder regresar con ella, tengo que
transformarme en viento.
Cuando se ama es cuando se consigue ser algo de la Creación. Cuando
se ama no tenemos ninguna necesidad de
entender lo que sucede, porque todo pasa a suceder dentro de nosotros, y los hombres pueden
transformarse en viento.
Siempre que los vientos ayuden, claro está.
El viento
era muy orgulloso y le molestó lo que el chico decía.
Comenzó a soplar con más fuerza, levantando las arenas del desierto.
Pero
finalmente tuvo que reconocer que, aun habiendo recorrido el mundo
entero, no sabía cómo transformar a los
hombres en viento. Y no conocía el Amor.
-Mientras paseaba por el mundo noté que muchas
personas hablaban de amor mirando hacia el cielo -dijo el viento, furioso por tener que aceptar sus limitaciones-. Tal vez sea
mejor preguntar al cielo.
-Entonces
ayúdame -dijo el muchacho-. Llena este lugar de polvo para que yo pueda
mirar al sol sin quedarme ciego.
El viento
sopló con mucha fuerza, y el cielo se llenó de arena, dejando apenas un disco
dorado en el lugar del sol.
Desde el
campamento resultaba muy difícil ver lo que sucedía. Los hombres del desierto
ya conocían aquel viento. Se llamaba
simún, y era peor que una tempestad en
el mar (porque ellos no conocían el mar). Los caballos relinchaban y las armas
empezaron a quedar cubiertas de arena.
En el peñasco, uno de los comandantes le dijo al
general: -Quizá sea mejor parar todo esto.
Ya casi no
podían ver al muchacho. Los rostros seguían cubiertos por los velos azules, pero los ojos ahora
transmitían solamente espanto.
-Vamos a poner fin a esto -insistió otro
comandante.
-Quiero ver
la grandeza de Alá -dijo, con respeto, el general-.
Quiero ver cómo los hombres se transforman en
viento.
Pero anotó
mentalmente el nombre de los dos hombres que habían tenido miedo. En cuanto el viento parase, los
destituiría de sus respectivos puestos,
porque los hombres del desierto no sienten miedo.
-El viento me dijo que tú conoces el Amor -dijo el muchacho al Sol-.
Si conoces el Amor, conoces también el Alma del
Mundo, que está hecha de Amor.
-Desde donde
estoy puedo ver el Alma del Mundo -dijo el Sol-. Ella se comunica con mi alma y los dos juntos hacemos crecer las
plantas y caminar en busca de sombra a
las ovejas. Desde donde estoy, y estoy muy
lejos del mundo, aprendí a amar. Sé que si me aproximo un poco más a la Tierra , todo lo que hay en ella morirá, y el Alma
del Mundo
dejará de
existir. Entonces nos contemplamos y nos queremos, y yo le doy vida y calor y
ella me da una razón para vivir.
-Tú conoces el Amor -aseguró el muchacho.
-Y conozco
el Alma del Mundo, porque conversamos mucho en este viaje sin fin por el Universo. Ella me cuenta
que su mayor preocupación es que, hasta
hoy, sólo los minerales y los vegetales entendieron que todo es una sola cosa. Y para eso no es
necesario que el hierro sea igual que el
cobre, ni que el cobre sea igual que el oro.
Cada uno cumple su función exacta en esta cosa
única, y todo sería una Sinfonía de Paz si la Mano que escribió todo esto
se hubiera detenido en el quinto día de la creación.
» Pero hubo un sexto día -añadió el Sol.
-Tú eres
sabio porque lo ves todo desde la distancia -respondió el muchacho-.
Pero no conoces el Amor. Si no hubiera habido un
sexto día de la creación, no existiría
el hombre, y el cobre sería siempre cobre, y el plomo siempre plomo. Cada uno
tiene su Leyenda Personal, es verdad,
pero un día esta Leyenda Personal se cumplirá. Entonces es necesario transformarse en algo mejor, y tener una
nueva Leyenda Personal, hasta que el Alma del Mundo sea realmente una sola
cosa.
El Sol se
quedó pensativo y decidió brillar más fuerte. El viento, que estaba disfrutando con la conversación, sopló
también más fuerte, para que el Sol no cegase al muchacho.
-Para eso
existe la Alquimia
-prosiguió el muchacho-. Para que cada hombre busque su tesoro, y lo encuentre,
y después quiera ser mejor de lo que fue en su vida anterior. El plomo
cumplirá su papel hasta que el mundo no necesite más plomo; entonces tendrá que
transformarse en oro.
»Es lo que
hacen los Alquimistas. Muestran que, cuando buscamos ser mejo res de lo que somos, todo a nuestro alrededor se
vuelve mejor también.
-¿Y por qué dices que yo no conozco el Amor?
-preguntó el Sol.
-Porque el
amor no es estar parado como el desierto, ni recorrer el mundo como el
viento, ni verlo todo de lejos, como tú.
El Amor es la fuerza que transforma y
mejora el Alma del Mundo. Cuando penetré en ella por primera vez, la encontré perfecta. Pero
después vi que era un reflejo de todas
las criaturas, y tenía sus guerras y sus pasiones.
Somos nosotros quienes alimentamos el Alma del Mundo, y la tierra
donde vivimos será mejor o peor según seamos mejores o peores. Ahí
es donde
entra la fuerza del Amor, porque cuando amamos, siempre deseamos ser mejores de
lo que somos.
-¿Qué es lo que quieres de mí? -quiso saber el Sol.
-Que me ayudes a transformarme en viento -respondió el muchacho.
-La Naturaleza me reconoce como
la más sabia de todas las criaturas -dijo el Sol-, pero no sé cómo
transformarte en viento.
-¿Con quién debo hablar, entonces? Por un momento,
el Sol se quedó callado. El viento lo estaba escuchando todo, y difundiría por todo el mundo que su
sabiduría era limitada. Sin embargo, no había manera de eludir a aquel muchacho que hablaba el
Lenguaje del Mundo.
-Habla con la Mano que lo escribió todo -dijo el Sol.
El viento
gritó de alegría y sopló con más fuerza que nunca. Las tiendas comenzaron a arrancarse de la arena y los animales se
soltaron de sus riendas. En el peñasco,
los hombres se agarraban los unos a los otros para no ser lanzados lejos.
El muchacho
se dirigió entonces a la Mano
que Todo lo Había Escrito.
Y, en vez de empezar a hablar, sintió que el
Universo permanecía en silencio, y él guardó silencio también.
Una fuerza
de Amor surgió de su corazón y el muchacho comenzó a rezar. Era una oración nueva, pues era una
oración sin palabras y sin ruegos.
No estaba agradeciendo que las ovejas hubieran
encontrado pasto , ni implorando para vender más cristales, ni pidiendo que la
mujer que había encontrado estuviese
esperando su regreso. En el silencio que siguió, el muchacho entendió que el desierto, el viento y el Sol también buscaban las señales que
aquella Mano había escrito, y procuraban
cumplir sus caminos y entender lo que estaba escrito en una simple esmeralda. Sabía que aquellas señales
estaban diseminadas por la Tierra y el Espacio, y que
en su apariencia no tenían ningún motivo
ni significado, y que ni los desiertos, ni los vientos, ni los soles ni
los hombres sabían por qué habían sido creados. Pero aquella Mano tenía un motivo para todo ello, y sólo ella era
capaz de operar milagros, de transformar
océanos en desiertos y hombres en viento.
Porque sólo
ella entendía que un designio mayor empujaba al Universo hacia un punto donde los seis días de la
creación se transformarían en la
Gran Obra.
Y el
muchacho se sumergió en el Alma del Mundo y vio que el Alma del Mundo era parte del Alma de Dios, y vio
que el Alma de Dios era su propia alma. Y que podía, por lo tanto, realizar milagros.
El simún
sopló aquel día como jamás había soplado. Durante muchas generaciones los árabes contaron la leyenda
de un muchacho que se había transformado
en viento, había semidestruido un campamento
militar y desafiado el poder del general más importante del ejército.
Cuando el
simún cesó de soplar, todos miraron hacia el lugar don de estaba el muchacho.
Ya no se encontraba allí; estaba junto a un centinela casi cubierto de arena y que vigilaba el lado
opuesto del campamento.
Los hombres
estaban aterrorizados con la brujería. Sólo dos personas sonreían: el Alquimista, porque había
encontrado a su verdadero discípulo, y
el general porque el discípulo había entendido la gloria de Dios.
«Todo lo que sucede una vez puede que no suceda nunca
más. Pero todo lo que sucede dos veces,
sucederá, ciertamente, una tercera.»
-No importa
lo que haga, cada persona en la
Tierra está siempre representando el papel principal de la Historia del mundo
-dijo-. Y normalmente no lo sabe.
. Daba gracias a Dios por haber creído en su Leyenda Personal y por haber encontrado
cierto día a un rey, un mercader, un
inglés y un alquimista. Y, por encima de todo, por haber encontrado a una mujer del desierto,
que le había hecho entender que el Amor
jamás separará a un hombre de su Leyenda Personal.
« ¿De qué
sirve el dinero, si tienes que morir? Pocas veces el dinero es capaz de librar
a alguien de la muerte»