La suerte no es injusta con nadie. Todos nosotros somos libres para amar o
detestar lo que hacemos.
Cuando amamos, encontramos en nuestra actividad diaria la misma alegría que
aquellos que un día partieron en busca de sus sueños.
Nadie puede conocer la importancia y la grandeza de lo que hace. En eso
reside el misterio y la belleza de la Ofrenda: es la misión que se nos ha
confiado, y tenemos que confiar en ella.
El labrador puede plantar, pero no puede decirle al sol: «Brilla con más
fuerza esta mañana.» No puede decirles a las nubes: «Haced que llueva hoy por
la tarde.» Tiene que hacer lo necesario: arar el campo, poner las semillas y
aprender el don de la paciencia por medio de la contemplación.
Tendrá momentos de desesperación cuando vea su cosecha perdida y crea que
su trabajo fue en vano. También aquel que partió en busca de sus sueños pasa
por momentos en los que se arrepiente de su elección, y todo lo que desea es
volver y encontrar un trabajo que le permita vivir.
Pero, al día siguiente, el corazón de cada trabajador o de cada aventurero
sentirá más euforia y confianza. Ambos verán los frutos de la Ofrenda y se
alegrarán.
Porque ambos están cantando la misma canción: la canción de la alegría en
la tarea que se les ha confiado.
El poeta morirá de hambre si no existe el pastor. El pastor morirá de
tristeza si no puede cantar los versos del poeta.
A través de la Ofrenda, permites que los demás puedan amarte.
Y aprendes a amar a los demás a través de lo que te ofrecen.
Y el mismo hombre
que había preguntado
sobre el trabajo insistió:
«¿Y por qué algunas
personas
tienen más éxito que
otras?»
El éxito no nos lo brinda el reconocimiento ajeno. Es el resultado de
aquello que plantaste con amor.
Cuando llega el momento de cosechar, puedes decir: «Lo he conseguido.»
Has conseguido que tu trabajo fuese respetado, porque no lo realizaste sólo
para sobrevivir, sino para demostrar tu amor por los demás.
Has conseguido terminar lo que empezaste, aunque no hubieses previsto las
trampas del camino. Y cuando el entusiasmo disminuyó debido a las dificultades,
echaste mano de la disciplina. Y cuando la disciplina parecía desaparecer
debido al cansancio, utilizaste esos momentos de descanso para pensar en los
pasos que había que dar en el futuro.
No te dejaste paralizar por las derrotas que salpican la vida de todos
aquellos que arriesgan algo. No te quedaste pensando en lo que perdiste cuando
tuviste una idea que no funcionó.
No paraste en los momentos de gloria. Porque aún no habías alcanzado el
objetivo. Y cuando entendiste que era necesario pedir ayuda, no te sentiste
humillado. Y cuando supiste que alguien necesitaba ayuda, le enseñaste todo lo
que habías aprendido, sin pensar que estabas revelando secretos o que te
estaban utilizando.
Porque al que llama se le abre la puerta.
El que pide sabe que recibirá.
El que consuela sabe que será consolado.
Aunque todo eso no suceda cuando se espera, tarde o temprano será posible
ver el fruto de lo que se ha compartido con generosidad.
El éxito llega para aquellos que no pierden el tiempo comparando lo que
ellos hacen con lo que hacen los demás. Y entra en la casa del que dice todos
los días: «Voy a dar lo mejor de mí mismo.»
La gente que sólo busca el éxito casi nunca lo encuentra, porque no es un
fin en sí mismo, sino una consecuencia.
Obsesionarse no ayuda en nada, confunde los caminos y acaba con el placer
de vivir.
No todo el que tiene un montón de oro del tamaño de la colina que hay al
sur de la ciudad es rico. Rico es el que está en contacto con la energía del
Amor cada segundo de su existencia.
Hay que tener un objetivo en la mente. Pero, a medida que vamos
progresando, no cuesta nada parar de vez en cuando y disfrutar un poco del
panorama que nos rodea. Por cada metro conquistado, puedes ver un poco más allá
y aprovechar para descubrir cosas que aún no habías visto.
En esos momentos, es importante reflexionar: «¿Siguen intactos mis valores?
¿Intento agradar a los demás y hacer lo que esperan de mí, o realmente estoy
convencido de que mi trabajo es la manifestación de mi alma y de mi entusiasmo?
¿Quiero conseguir el éxito a cualquier precio, o quiero ser una persona con
éxito porque mis días están llenos de Amor?»
Pues la manifestación del éxito es ésta: enriquecer la vida, no abarrotar
tus cofres con oro.
Porque un hombre puede decir: «Voy a utilizar mi dinero para sembrar,
plantar y recoger, y de este modo llenaré mi granero con el fruto de la
cosecha, para que no me falte de nada.» Pero aparece la Dama de la Guadaña, y
todo su esfuerzo habrá sido inútil.
El que tenga oídos que oiga.
No intentes acortar el camino, sino recorrerlo de tal manera que cada
acción haga más sólido el terreno y más hermoso el paisaje.
No intentes ser el Señor del Tiempo. Si coges antes los frutos que
plantaste, estarán verdes y no le gustarán a nadie. Si, por miedo o
inseguridad, decides postergar el momento de hacer la Ofrenda, los frutos
estarán podridos.
Por tanto, respeta el tiempo entre la siembra y la cosecha.
Y después aguarda el milagro de la transformación.
Mientras el trigo aún está en el horno, no se lo puede llamar pan.
Mientras las palabras están atrapadas en la garganta, no se las puede
llamar poema.
Mientras los hilos no estén unidos por las manos de quien los trabaja, no
se los puede llamar tejido.
Cuando llegue el momento de mostrarles a los demás tu Ofrenda, todos
quedarán admirados y dirán: «He ahí a un hombre de éxito, porque todo el mundo
desea los frutos de su trabajo.»
Nadie preguntará cuánto costó conseguirlos. Porque el que trabaja con amor
hace que la belleza de lo realizado sea tan intensa que ni siquiera se puede
percibir con los ojos. Así como el acróbata vuela por el espacio sin mostrar
tensión alguna, el éxito —cuando llega— parece la cosa más natural del mundo.
Sin embargo, si alguien osase preguntar, la respuesta sería: pensé en
desistir, creí que Dios ya no me escuchaba, muchas veces tuve que cambiar de
rumbo y, en otras ocasiones, abandoné mi camino. Pero, a pesar de todo, volví y
seguí adelante, porque estaba convencido de que no había otra manera de vivir
mi vida.
Aprendí qué puentes debía cruzar y qué puentes tenía que destruir para
siempre.
Soy el poeta, el agricultor, el artista, el soldado, el cura, el
comerciante, el vendedor, el maestro, el político, el sabio, y el que sólo
cuida de su casa y de sus hijos.
Sé que hay muchas personas más célebres que yo y, en muchos casos, esa
celebridad es merecida. En otros casos, es una simple manifestación de vanidad
o ambición, y no resistirá el paso del tiempo.
¿Qué es el éxito?
Es poder irse a la cama cada noche con el alma en paz.
Y Almira, que aún creía
que un ejército de ángeles
y arcángeles bajaría de
los cielos
para proteger la ciudad
sagrada,
le pidió: «Háblanos del
milagro.»
Y él respondió:
¿Qué es un milagro?
Podemos definirlo de varias formas: es algo que va contra las leyes de la
naturaleza, es una intercesión en momentos de crisis profunda, son sanaciones,
visiones y encuentros imposibles, es que alguien nos ayude a esquivar a la Dama
de la Guadaña.
Todas esas definiciones son verdaderas. Pero el milagro va más allá: es
aquello que de repente llena nuestros corazones de Amor. Cuando eso sucede,
sentimos una profunda reverencia por la gracia que Dios nos ha concedido.
Por tanto, Señor, el milagro nuestro de cada día dánoslo hoy.
Aunque no seamos capaces de notarlo porque nuestra mente parece estar
concentrada en grandes hechos y conquistas. Aunque estemos demasiado ocupados
con nuestra rutina diaria como para saber de qué modo ha cambiado nuestro
camino.