El que no comparte con los demás las alegrías y los momentos de desánimo
jamás conocerá sus propias cualidades ni sus defectos.
Sin embargo, estarás siempre alerta al peligro que merodea por la
comunidad: la gente normalmente se siente atraída por un comportamiento común.
Toman como modelo las propias limitaciones, que están llenas de prejuicios y de
miedos.
Ése es un precio muy alto que hay que pagar, porque para que te acepten
tendrás que ser del agrado de todos.
Y eso no es una demostración de amor hacia la comunidad. Es una
demostración de falta de amor por ti mismo.
Los demás sólo aman y respetan al que se ama y se respeta a sí mismo. No
intentes nunca agradar a todo el mundo, o perderás el respeto de todos.
Busca a tus aliados y amigos entre la gente que está convencida de lo que
hace y de lo que es.
No digo: busca al que piensa igual que tú. Digo: busca al que piensa
diferente y al que nunca conseguirás convencer de que eres tú el que está en lo
cierto.
Porque la amistad es una de las muchas caras del Amor, y el Amor no se deja
llevar por las opiniones: acepta incondicionalmente al compañero, y cada uno
crece a su manera.
La amistad es un acto de fe en otra persona, no un acto de renuncia.
No intentes que te amen a cualquier precio, porque el Amor no tiene precio.
Tus amigos no son aquellos que atraen la mirada de los presentes, no son
aquellos de los que todo el mundo afirma: «No hay nadie mejor, más generoso ni
con más virtudes en todo Jerusalén.»
Son aquellos que no pueden quedarse esperando a que las cosas sucedan para
después decidir cuál es la actitud que deben adoptar: deciden a medida que
actúan, aun sabiendo que eso puede ser muy arriesgado.
Son personas libres que cambian de dirección cuando la vida lo exige.
Exploran nuevos caminos, cuentan sus aventuras y, con eso, enriquecen la ciudad
y la aldea.
Si fueron por un camino peligroso y equivocado, nunca te dirán: «No hagas
eso.»
Simplemente te dirán: «Fui por un camino peligroso y equivocado.»
Porque respetan tu libertad de la misma manera que tú los respetas.
Evita a toda costa a aquellos que sólo están a tu lado en los momentos de
tristeza con palabras de consuelo. Porque ésos, en realidad, se están diciendo
a sí mismos: «Yo soy más fuerte. Soy más sabio. Yo no habría dado ese paso.»
Quédate junto a aquellos que están a tu lado en las horas de alegría.
Porque en esas almas no hay celos ni envidia, solamente felicidad por verte
feliz.
Evita a los que se creen más fuertes. Porque en realidad están escondiendo
su propia fragilidad.
Únete a los que no temen ser vulnerables. Porque ésos tienen confianza en
sí mismos, saben que todo el mundo tropieza en algún momento y no lo
interpretan como una señal de cobardía, sino de humanidad.
Evita a aquellos que hablan mucho antes de actuar, aquellos que nunca han
dado un paso sin estar seguros de que los respetarían por ello.
Únete al que nunca te ha dicho al equivocarte: «Yo lo habría hecho de otra
manera.» Porque, si no lo hizo, nunca te juzgará.
Evita a los que buscan amigos para mantener una condición social o para que
les abran puertas a las que nunca pudieron acercarse.
Únete a aquellos que la única puerta importante que quieren abrir es la de
tu corazón. Y que jamás invadirán tu alma sin tu consentimiento, y que jamás
usarán esa puerta abierta para disparar una flecha mortal.
La amistad tiene las cualidades de un río: moldea las rocas, se adapta a
los valles y las montañas, a veces se transforma en lago hasta que la depresión
está llena y puede seguir su camino.
Porque así como el río no olvida que su objetivo es el mar, la amistad no
olvida que su única razón de existir es demostrar amor por los demás.
Evita a aquellos que dicen: «Se acabó, tengo que dejarlo.» Porque ésos no
entienden que ni la vida ni la muerte tienen fin; son solamente etapas de la
eternidad.
Únete a los que dicen: «Aunque todo está bien, tenemos que seguir
adelante.» Porque saben que siempre hay que ir más allá de los horizontes
conocidos.
Evita a los que se reúnen para debatir con pretenciosa seriedad las
decisiones que la comunidad debe tomar. Ésos entienden de política, brillan
delante de los demás e intentan demostrar su sabiduría. Pero no entienden que
es imposible controlar la caída de un solo pelo de la cabeza. Aunque la
disciplina es importante, debe dejar las puertas y ventanas abiertas a la
intuición y a lo inesperado.
Únete a los que cantan, cuentan historias, disfrutan de la vida y tienen
alegría en los ojos. Porque la alegría es contagiosa y siempre consigue
descubrir una solución donde la lógica sólo encontró una explicación para el
error.
Únete a los que dejan que la luz del Amor se manifieste sin restricciones,
sin juicios, sin recompensas, sin verse jamás bloqueada por el miedo a que no
la comprendan.
No importa cómo te sientas, levántate todas las mañanas y prepárate para
emitir tu luz.
Los que no están ciegos verán tu brillo y se maravillarán con él.
Y una chica que casi nunca
salía de casa
porque creía que nadie se
interesaba por
ella dijo: «Instrúyenos en
la elegancia.»
La plaza entera murmuró:
«¿Cómo hace una pregunta
así en vísperas
de la invasión de los
cruzados,
cuando la sangre va a
correr
por todas las calles de la
ciudad?»
Pero el Copto sonrió, y su
sonrisa no era
de escarnio, sino de
respeto por el coraje
de la chica.