Reencarnación
A lo que la gente no entiende le tiene miedo. Y a lo que le tienen miedo, siempre lo quieren destruir...Por ejemplo, EL AMOR
Alejandro Jodorowsky
Me gusta desarrollar mi conciencia, para comprender porque estoy vivo, que es mi cuerpo y que debo hacer para cooperar con los designios del universo.
No me gusta la gente que acumula datos, inútiles, y se crea conductas postizas, plagiadas de personalidades importantes.
Me gusta respetar a los otros, no por las desviaciones narcisistas de su personalidad, sino por su desarrollo interno.
No me gusta la gente cuya mente no sabe descansar en silencio, cuyo corazón critica a los otros sin cesar, cuyo sexo, vil insatisfecho, cuyo cuerpo se intoxica sin saber agradecer estar vivo. Cada segundo de vida es un regalo sublime.
Me gusta envejecer porque el tiempo disuelve lo superfluo y conserva lo esencial.
No me gusta la gente, que por amarras infantiles a mentiras, las convierte en supersticiones.
No me gusta que haya un papa que predica sin compartir su alma con una papisa.
No me gusta que la religión esté en manos de hombres que desprecian a las mujeres.
Me gusta colaborar, y no competir.
Me gusta descubrir en cada ser esa joya eterna que podríamos llamar Dios interior.
No me gusta el arte que diviniza el ombligo de quien lo practica. Me gusta el arte que sirve para sanar.
No me gustan los tontos graves.
Me gusta todo aquello que provoca la risa.
Me gusta enfrentar, voluntariamente, mi sufrimiento con el objeto de expandir mi conciencia.
No me gusta la gente que acumula datos, inútiles, y se crea conductas postizas, plagiadas de personalidades importantes.
Me gusta respetar a los otros, no por las desviaciones narcisistas de su personalidad, sino por su desarrollo interno.
No me gusta la gente cuya mente no sabe descansar en silencio, cuyo corazón critica a los otros sin cesar, cuyo sexo, vil insatisfecho, cuyo cuerpo se intoxica sin saber agradecer estar vivo. Cada segundo de vida es un regalo sublime.
Me gusta envejecer porque el tiempo disuelve lo superfluo y conserva lo esencial.
No me gusta la gente, que por amarras infantiles a mentiras, las convierte en supersticiones.
No me gusta que haya un papa que predica sin compartir su alma con una papisa.
No me gusta que la religión esté en manos de hombres que desprecian a las mujeres.
Me gusta colaborar, y no competir.
Me gusta descubrir en cada ser esa joya eterna que podríamos llamar Dios interior.
No me gusta el arte que diviniza el ombligo de quien lo practica. Me gusta el arte que sirve para sanar.
No me gustan los tontos graves.
Me gusta todo aquello que provoca la risa.
Me gusta enfrentar, voluntariamente, mi sufrimiento con el objeto de expandir mi conciencia.
El Manuscrito Encontrado en Accra 4
La suerte no es injusta con nadie. Todos nosotros somos libres para amar o
detestar lo que hacemos.
Cuando amamos, encontramos en nuestra actividad diaria la misma alegría que
aquellos que un día partieron en busca de sus sueños.
Nadie puede conocer la importancia y la grandeza de lo que hace. En eso
reside el misterio y la belleza de la Ofrenda: es la misión que se nos ha
confiado, y tenemos que confiar en ella.
El labrador puede plantar, pero no puede decirle al sol: «Brilla con más
fuerza esta mañana.» No puede decirles a las nubes: «Haced que llueva hoy por
la tarde.» Tiene que hacer lo necesario: arar el campo, poner las semillas y
aprender el don de la paciencia por medio de la contemplación.
Tendrá momentos de desesperación cuando vea su cosecha perdida y crea que
su trabajo fue en vano. También aquel que partió en busca de sus sueños pasa
por momentos en los que se arrepiente de su elección, y todo lo que desea es
volver y encontrar un trabajo que le permita vivir.
Pero, al día siguiente, el corazón de cada trabajador o de cada aventurero
sentirá más euforia y confianza. Ambos verán los frutos de la Ofrenda y se
alegrarán.
Porque ambos están cantando la misma canción: la canción de la alegría en
la tarea que se les ha confiado.
El poeta morirá de hambre si no existe el pastor. El pastor morirá de
tristeza si no puede cantar los versos del poeta.
A través de la Ofrenda, permites que los demás puedan amarte.
Y aprendes a amar a los demás a través de lo que te ofrecen.
Y el mismo hombre
que había preguntado
sobre el trabajo insistió:
«¿Y por qué algunas
personas
tienen más éxito que
otras?»
El éxito no nos lo brinda el reconocimiento ajeno. Es el resultado de
aquello que plantaste con amor.
Cuando llega el momento de cosechar, puedes decir: «Lo he conseguido.»
Has conseguido que tu trabajo fuese respetado, porque no lo realizaste sólo
para sobrevivir, sino para demostrar tu amor por los demás.
Has conseguido terminar lo que empezaste, aunque no hubieses previsto las
trampas del camino. Y cuando el entusiasmo disminuyó debido a las dificultades,
echaste mano de la disciplina. Y cuando la disciplina parecía desaparecer
debido al cansancio, utilizaste esos momentos de descanso para pensar en los
pasos que había que dar en el futuro.
No te dejaste paralizar por las derrotas que salpican la vida de todos
aquellos que arriesgan algo. No te quedaste pensando en lo que perdiste cuando
tuviste una idea que no funcionó.
No paraste en los momentos de gloria. Porque aún no habías alcanzado el
objetivo. Y cuando entendiste que era necesario pedir ayuda, no te sentiste
humillado. Y cuando supiste que alguien necesitaba ayuda, le enseñaste todo lo
que habías aprendido, sin pensar que estabas revelando secretos o que te
estaban utilizando.
Porque al que llama se le abre la puerta.
El que pide sabe que recibirá.
El que consuela sabe que será consolado.
Aunque todo eso no suceda cuando se espera, tarde o temprano será posible
ver el fruto de lo que se ha compartido con generosidad.
El éxito llega para aquellos que no pierden el tiempo comparando lo que
ellos hacen con lo que hacen los demás. Y entra en la casa del que dice todos
los días: «Voy a dar lo mejor de mí mismo.»
La gente que sólo busca el éxito casi nunca lo encuentra, porque no es un
fin en sí mismo, sino una consecuencia.
Obsesionarse no ayuda en nada, confunde los caminos y acaba con el placer
de vivir.
No todo el que tiene un montón de oro del tamaño de la colina que hay al
sur de la ciudad es rico. Rico es el que está en contacto con la energía del
Amor cada segundo de su existencia.
Hay que tener un objetivo en la mente. Pero, a medida que vamos
progresando, no cuesta nada parar de vez en cuando y disfrutar un poco del
panorama que nos rodea. Por cada metro conquistado, puedes ver un poco más allá
y aprovechar para descubrir cosas que aún no habías visto.
En esos momentos, es importante reflexionar: «¿Siguen intactos mis valores?
¿Intento agradar a los demás y hacer lo que esperan de mí, o realmente estoy
convencido de que mi trabajo es la manifestación de mi alma y de mi entusiasmo?
¿Quiero conseguir el éxito a cualquier precio, o quiero ser una persona con
éxito porque mis días están llenos de Amor?»
Pues la manifestación del éxito es ésta: enriquecer la vida, no abarrotar
tus cofres con oro.
Porque un hombre puede decir: «Voy a utilizar mi dinero para sembrar,
plantar y recoger, y de este modo llenaré mi granero con el fruto de la
cosecha, para que no me falte de nada.» Pero aparece la Dama de la Guadaña, y
todo su esfuerzo habrá sido inútil.
El que tenga oídos que oiga.
No intentes acortar el camino, sino recorrerlo de tal manera que cada
acción haga más sólido el terreno y más hermoso el paisaje.
No intentes ser el Señor del Tiempo. Si coges antes los frutos que
plantaste, estarán verdes y no le gustarán a nadie. Si, por miedo o
inseguridad, decides postergar el momento de hacer la Ofrenda, los frutos
estarán podridos.
Por tanto, respeta el tiempo entre la siembra y la cosecha.
Y después aguarda el milagro de la transformación.
Mientras el trigo aún está en el horno, no se lo puede llamar pan.
Mientras las palabras están atrapadas en la garganta, no se las puede
llamar poema.
Mientras los hilos no estén unidos por las manos de quien los trabaja, no
se los puede llamar tejido.
Cuando llegue el momento de mostrarles a los demás tu Ofrenda, todos
quedarán admirados y dirán: «He ahí a un hombre de éxito, porque todo el mundo
desea los frutos de su trabajo.»
Nadie preguntará cuánto costó conseguirlos. Porque el que trabaja con amor
hace que la belleza de lo realizado sea tan intensa que ni siquiera se puede
percibir con los ojos. Así como el acróbata vuela por el espacio sin mostrar
tensión alguna, el éxito —cuando llega— parece la cosa más natural del mundo.
Sin embargo, si alguien osase preguntar, la respuesta sería: pensé en
desistir, creí que Dios ya no me escuchaba, muchas veces tuve que cambiar de
rumbo y, en otras ocasiones, abandoné mi camino. Pero, a pesar de todo, volví y
seguí adelante, porque estaba convencido de que no había otra manera de vivir
mi vida.
Aprendí qué puentes debía cruzar y qué puentes tenía que destruir para
siempre.
Soy el poeta, el agricultor, el artista, el soldado, el cura, el
comerciante, el vendedor, el maestro, el político, el sabio, y el que sólo
cuida de su casa y de sus hijos.
Sé que hay muchas personas más célebres que yo y, en muchos casos, esa
celebridad es merecida. En otros casos, es una simple manifestación de vanidad
o ambición, y no resistirá el paso del tiempo.
¿Qué es el éxito?
Es poder irse a la cama cada noche con el alma en paz.
Y Almira, que aún creía
que un ejército de ángeles
y arcángeles bajaría de
los cielos
para proteger la ciudad
sagrada,
le pidió: «Háblanos del
milagro.»
Y él respondió:
¿Qué es un milagro?
Podemos definirlo de varias formas: es algo que va contra las leyes de la
naturaleza, es una intercesión en momentos de crisis profunda, son sanaciones,
visiones y encuentros imposibles, es que alguien nos ayude a esquivar a la Dama
de la Guadaña.
Todas esas definiciones son verdaderas. Pero el milagro va más allá: es
aquello que de repente llena nuestros corazones de Amor. Cuando eso sucede,
sentimos una profunda reverencia por la gracia que Dios nos ha concedido.
Por tanto, Señor, el milagro nuestro de cada día dánoslo hoy.
Aunque no seamos capaces de notarlo porque nuestra mente parece estar
concentrada en grandes hechos y conquistas. Aunque estemos demasiado ocupados
con nuestra rutina diaria como para saber de qué modo ha cambiado nuestro
camino.
El Manuscrito Encontrado en Accra 3
El que no comparte con los demás las alegrías y los momentos de desánimo
jamás conocerá sus propias cualidades ni sus defectos.
Sin embargo, estarás siempre alerta al peligro que merodea por la
comunidad: la gente normalmente se siente atraída por un comportamiento común.
Toman como modelo las propias limitaciones, que están llenas de prejuicios y de
miedos.
Ése es un precio muy alto que hay que pagar, porque para que te acepten
tendrás que ser del agrado de todos.
Y eso no es una demostración de amor hacia la comunidad. Es una
demostración de falta de amor por ti mismo.
Los demás sólo aman y respetan al que se ama y se respeta a sí mismo. No
intentes nunca agradar a todo el mundo, o perderás el respeto de todos.
Busca a tus aliados y amigos entre la gente que está convencida de lo que
hace y de lo que es.
No digo: busca al que piensa igual que tú. Digo: busca al que piensa
diferente y al que nunca conseguirás convencer de que eres tú el que está en lo
cierto.
Porque la amistad es una de las muchas caras del Amor, y el Amor no se deja
llevar por las opiniones: acepta incondicionalmente al compañero, y cada uno
crece a su manera.
La amistad es un acto de fe en otra persona, no un acto de renuncia.
No intentes que te amen a cualquier precio, porque el Amor no tiene precio.
Tus amigos no son aquellos que atraen la mirada de los presentes, no son
aquellos de los que todo el mundo afirma: «No hay nadie mejor, más generoso ni
con más virtudes en todo Jerusalén.»
Son aquellos que no pueden quedarse esperando a que las cosas sucedan para
después decidir cuál es la actitud que deben adoptar: deciden a medida que
actúan, aun sabiendo que eso puede ser muy arriesgado.
Son personas libres que cambian de dirección cuando la vida lo exige.
Exploran nuevos caminos, cuentan sus aventuras y, con eso, enriquecen la ciudad
y la aldea.
Si fueron por un camino peligroso y equivocado, nunca te dirán: «No hagas
eso.»
Simplemente te dirán: «Fui por un camino peligroso y equivocado.»
Porque respetan tu libertad de la misma manera que tú los respetas.
Evita a toda costa a aquellos que sólo están a tu lado en los momentos de
tristeza con palabras de consuelo. Porque ésos, en realidad, se están diciendo
a sí mismos: «Yo soy más fuerte. Soy más sabio. Yo no habría dado ese paso.»
Quédate junto a aquellos que están a tu lado en las horas de alegría.
Porque en esas almas no hay celos ni envidia, solamente felicidad por verte
feliz.
Evita a los que se creen más fuertes. Porque en realidad están escondiendo
su propia fragilidad.
Únete a los que no temen ser vulnerables. Porque ésos tienen confianza en
sí mismos, saben que todo el mundo tropieza en algún momento y no lo
interpretan como una señal de cobardía, sino de humanidad.
Evita a aquellos que hablan mucho antes de actuar, aquellos que nunca han
dado un paso sin estar seguros de que los respetarían por ello.
Únete al que nunca te ha dicho al equivocarte: «Yo lo habría hecho de otra
manera.» Porque, si no lo hizo, nunca te juzgará.
Evita a los que buscan amigos para mantener una condición social o para que
les abran puertas a las que nunca pudieron acercarse.
Únete a aquellos que la única puerta importante que quieren abrir es la de
tu corazón. Y que jamás invadirán tu alma sin tu consentimiento, y que jamás
usarán esa puerta abierta para disparar una flecha mortal.
La amistad tiene las cualidades de un río: moldea las rocas, se adapta a
los valles y las montañas, a veces se transforma en lago hasta que la depresión
está llena y puede seguir su camino.
Porque así como el río no olvida que su objetivo es el mar, la amistad no
olvida que su única razón de existir es demostrar amor por los demás.
Evita a aquellos que dicen: «Se acabó, tengo que dejarlo.» Porque ésos no
entienden que ni la vida ni la muerte tienen fin; son solamente etapas de la
eternidad.
Únete a los que dicen: «Aunque todo está bien, tenemos que seguir
adelante.» Porque saben que siempre hay que ir más allá de los horizontes
conocidos.
Evita a los que se reúnen para debatir con pretenciosa seriedad las
decisiones que la comunidad debe tomar. Ésos entienden de política, brillan
delante de los demás e intentan demostrar su sabiduría. Pero no entienden que
es imposible controlar la caída de un solo pelo de la cabeza. Aunque la
disciplina es importante, debe dejar las puertas y ventanas abiertas a la
intuición y a lo inesperado.
Únete a los que cantan, cuentan historias, disfrutan de la vida y tienen
alegría en los ojos. Porque la alegría es contagiosa y siempre consigue
descubrir una solución donde la lógica sólo encontró una explicación para el
error.
Únete a los que dejan que la luz del Amor se manifieste sin restricciones,
sin juicios, sin recompensas, sin verse jamás bloqueada por el miedo a que no
la comprendan.
No importa cómo te sientas, levántate todas las mañanas y prepárate para
emitir tu luz.
Los que no están ciegos verán tu brillo y se maravillarán con él.
Y una chica que casi nunca
salía de casa
porque creía que nadie se
interesaba por
ella dijo: «Instrúyenos en
la elegancia.»
La plaza entera murmuró:
«¿Cómo hace una pregunta
así en vísperas
de la invasión de los
cruzados,
cuando la sangre va a
correr
por todas las calles de la
ciudad?»
Pero el Copto sonrió, y su
sonrisa no era
de escarnio, sino de
respeto por el coraje
de la chica.
El Manuscrito Encontrado en Accra 2
Y él respondió:
Algunas personas dicen: «No soy capaz de despertar el amor de los demás.» Pero en el amor no correspondido siempre existe la esperanza de que algún día será aceptado.
Otros escriben en sus diarios: «Nadie reconoce mi ingenio, nadie aprecia mi talento, nadie respeta mis sueños.» Pero también para ellos existe la esperanza de que las cosas cambien después de muchas luchas.
Otros se pasan el día llamando a puertas y explicando: «Estoy desempleado.» Saben que, si son pacientes, algún día una de las puertas se abrirá.
Pero los hay que se despiertan todas las mañanas con el corazón oprimido. No buscan amor, ni reconocimiento, ni trabajo.
Se dicen a sí mismos: «Soy inútil. Vivo porque necesito sobrevivir, pero a nadie, absolutamente a nadie, le interesa demasiado lo que hago.»
El sol brilla allá fuera, la familia está a su alrededor, procuran mantener la máscara de alegría porque a los ojos de los demás tienen todo lo que han soñado. Pero están convencidos de que todo el mundo puede prescindir de ellos. O porque son demasiado jóvenes y piensan que los más viejos tienen otras preocupaciones, o porque son demasiado viejos y creen que a los más jóvenes no les importa lo que tienen que decir.
El poeta escribe algunas líneas y las tira a la basura pensando: «Esto no le interesa a nadie.»
El empleado llega al trabajo, y todo lo que hace es repetir la tarea del día anterior. Cree que, si un día lo despiden, nadie notará su ausencia.
La chica cose su vestido poniendo un enorme empeño en cada detalle y, cuando llega a la fiesta, entiende lo que dicen las miradas: no está más guapa ni más fea. Su vestido es uno más entre los millones que hay en todos los lugares del mundo donde en ese preciso momento se están celebrando fiestas semejantes.
Algunas de éstas tienen lugar en grandes castillos; otras, en pequeñas aldeas donde todos se conocen y tienen algo que comentar sobre el vestido de los demás.
Menos sobre el suyo, que ha pasado desapercibido. No era bonito ni tampoco era feo, era simplemente un vestido más.
Inútil.
Los más jóvenes se dan cuenta de que el mundo está lleno de problemas enormes y sueñan con resolverlos, pero nadie se interesa por su opinión. «Vosotros aún no conocéis la realidad del mundo —les dicen—. Escuchad a los más viejos y sabréis mejor qué hacer.»
Los más viejos tienen experiencia y madurez, aprendieron a la fuerza de las adversidades de la vida. Pero, cuando llega la hora de enseñar, nadie está interesado. «El mundo ha cambiado —replican—. Hay que acompañar el progreso y escuchar a los más jóvenes.»
Sin respetar edades y sin pedir permiso, el sentimiento de inutilidad corroe el alma de las personas repitiendo siempre: «Nadie se interesa por ti, no eres nada, el planeta no necesita tu presencia.»
En la desesperada intención de darle sentido a su vida, muchos comienzan a buscar la religión, porque la lucha en nombre de la fe siempre parece justificar algo grande, algo que puede transformar el mundo. «Trabajamos para Dios», se dicen a sí mismos.
Y se convierten en devotos. Después se convierten en evangelistas. Y finalmente se convierten en fanáticos.
No entienden que la religión pretende compartir los misterios y la adoración, nunca oprimir a los demás y obligarlos a que se conviertan. La mayor manifestación del milagro de Dios es la vida.
Esta noche lloraré por ti, ¡oh Jerusalén!, porque la comprensión de la Unidad Divina va a desaparecer durante los próximos mil años.
Preguntad a una flor del campo: «¿Te sientes inútil porque todo lo que haces es engendrar otras flores iguales?»
Y ella contestará: «Soy bella, y la belleza en sí es mi razón de vivir.»
Preguntad a un río: «¿Te sientes inútil porque todo lo que haces es correr siempre en la misma dirección?»
Y él os contestará: «No intento ser útil; intento ser un río.»
Ante los ojos de Dios, nada en este mundo está de más. Ni una hoja que cae del árbol, ni un pelo que cae de la cabeza, ni un insecto que muere por estar molestando. Todo tiene una razón de ser.
Incluso tú, que acabas de hacerte esta pregunta. «Soy inútil» es una respuesta que te estás dando a ti mismo.
Pronto esta respuesta te envenenará y morirás en vida, aunque sigas andando, comiendo, durmiendo e intentando divertirte cuando sea posible.
No intentes ser útil. Intenta ser tú: eso basta, y en eso reside tu razón de ser.
No andes ni más rápido ni más despacio que tu alma. Porque es ella la que te enseñará, con cada paso, para qué eres útil. A veces lo serás para participar en un gran combate que ayudará a cambiar el rumbo de la historia. Pero a veces lo serás, sencillamente, para sonreírle sin motivo a una persona con la que te has cruzado por casualidad en la calle.
Sin tener la menor intención, puedes haberle salvado la vida a un desconocido que también se creía inútil y que quizá estaba a punto de matarse, hasta que una sonrisa le dio esperanza y confianza.
Aunque observes tu vida con toda atención y repases cada uno de los momentos en los que sufriste, sudaste y sonreíste bajo el sol, jamás podrás saber exactamente cuándo fuiste útil para los demás.
Una vida nunca es inútil. Cada alma venida a la Tierra tiene una razón para estar aquí.
Las personas que realmente hacen bien a los demás no intentan ser útiles, sino llevar una vida interesante. Casi nunca dan consejos, sino que sirven de ejemplo.
Busca sólo esto: vivir lo que siempre has deseado vivir. Evita criticar a los demás y concéntrate en lo que siempre has soñado. Tal vez no te parezca muy importante. Pero Dios, que todo lo ve, sabe que el ejemplo que das lo está ayudando a mejorar el mundo. Y, cada día que pase, te cubrirá de más bendiciones.
Y, cuando la Dama de la Guadaña llegue, la oirás decir: «Es justo preguntar: “Padre, Padre, ¿por qué me has abandonado?”
»Pero ahora, en este último segundo de tu vida en la Tierra, te voy a decir lo que he visto: la casa limpia, la mesa puesta, el campo arado, las flores sonriendo. He visto cada cosa en su sitio, como tenía que ser. Entendiste que las pequeñas cosas son las responsables de los grandes cambios.
»Y, por eso, voy a llevarte al Paraíso.»
Y una mujer llamada Almira,
que era costurera, dijo:
«Podría haberme marchado
antes de la llegada de los cruzados
y hoy estaría trabajando en Egipto.
Pero siempre he tenido miedo a cambiar.»
Y él respondió:
Tenemos miedo a cambiar porque creemos que, después de mucho esfuerzo y sacrificio, conocemos nuestro mundo.
Y aunque no sea el mejor, aunque no estemos totalmente satisfechos, al menos no habrá sorpresas. No nos equivocaremos.
Cuando sea necesario, haremos pequeños cambios para que todo siga igual.
Vemos que las montañas permanecen en el mismo lugar. Vemos que los árboles ya crecidos, cuando se trasplantan, acaban muriendo.
Y decimos: «Quiero ser como las montañas y los árboles. Sólidos y respetados.»
Incluso cuando, por la noche, nos despertemos: «Me gustaría ser como los pájaros, que pueden visitar Damasco y Bagdad y volver siempre que lo deseen.»
O también: «Quién me permitiera ser como el viento, que nadie sabe de dónde viene ni hacia dónde va y cambia de dirección sin tener que darle explicaciones a nadie.»
Pero al día siguiente recordamos que los pájaros están siempre huyendo de los cazadores y de las aves más fuertes. Y que el viento a veces queda atrapado en un remolino y todo lo que hace es destruir lo que está a su alrededor.
Es muy bueno soñar que siempre hay espacio para ir más lejos y que lo haremos algún día. Los sueños nos alegran, porque gracias a ellos sabemos que somos más capaces de lo que imaginábamos.
Soñar no implica riesgos. Lo peligroso es querer convertir los sueños en realidad.
Pero llega el día en el que el destino llama a nuestra puerta. Puede ser la llamada suave del Ángel de la Suerte o la llamada inconfundible de la Dama de la Guadaña. Ambas dicen: «Cambia ahora.» No la próxima semana, ni el próximo mes, ni el próximo año. Los ángeles dicen: «Ahora.»
Siempre escuchamos a la Dama de la Guadaña. Y lo cambiamos todo por culpa del miedo a que nos lleve con ella: cambiamos de aldea, de hábitos, de acera, de comida, de comportamiento. No podemos convencer a la Dama de la Guadaña de que nos permita continuar siendo como antes. No hay diálogo.
También escuchamos al Ángel de la Suerte, pero a él le preguntamos: «¿Adónde quieres llevarme?»
«A una nueva vida» es la respuesta.
Y recordamos: tenemos nuestros problemas, pero podemos solucionarlos, aunque pasemos cada vez más tiempo luchando contra ellos. Debemos servir de ejemplo a nuestros padres, a nuestros maestros, a nuestros hijos, y mantenernos en el camino correcto.
Nuestros vecinos esperan que seamos capaces de enseñarle a todo el mundo la virtud de la perseverancia, de la lucha contra las adversidades y de la superación de los obstáculos.
Y nos sentimos orgullosos con nuestro comportamiento. Y nos elogian porque no aceptamos cambiar, sino que seguimos el rumbo que el destino ha escogido para nosotros.
Nada más equivocado.
Porque el camino correcto es el camino de la naturaleza: en constante cambio, como las dunas del desierto.
Se equivocan los que piensan que las montañas no cambian: nacieron de terremotos, son labradas por el viento y la lluvia, y van cambiando cada día, aunque nuestros ojos no puedan verlo.
Las montañas cambian y se alegran. «Qué bien que no somos las mismas», se dicen unas a otras.
Se equivocan los que piensan que los árboles no cambian. Tienen que aceptar la desnudez del invierno y la vestimenta del verano. Y viajan más allá del terreno en el que están plantados porque los pájaros y el viento esparcen sus semillas.
Los árboles se alegran. «Yo creía que era uno y hoy descubro que soy muchos», les dicen a los hijos que empiezan a brotar a su alrededor.
La naturaleza nos dice: cambia.
Y los que no temen al Ángel de la Suerte entienden que es necesario seguir adelante, a pesar del miedo. A pesar de las dudas. A pesar de las recriminaciones. A pesar de las amenazas.
Este tipo de personas se enfrentan a sus valores y prejuicios. Escuchan los consejos de aquellos que los aman: «No hagas eso, ya tienes todo lo que necesitas: el amor de tus padres, el cariño de tu mujer y de tus hijos, el trabajo que te costó tanto conseguir. No corras el riesgo de ser un extranjero en una tierra extraña.»
Pero se arriesgan con el primer paso. A veces por curiosidad, otras veces por ambición, pero generalmente por el deseo incontrolable de aventura.
En cada curva del camino se sienten más atormentados. Mientras, se sorprenden a sí mismos: son más fuertes y más alegres.
Alegría. Ésa es una de las principales bendiciones del Todopoderoso. Si estamos alegres, nos encontramos en el camino correcto.
El miedo se aleja poco a poco porque se le ha dado la importancia que deseaba tener.
Una pregunta persiste en los primeros pasos del camino: «¿Mi decisión de cambiar habrá hecho que los demás sufran por mí?»
Pero el que ama quiere ver al amado feliz. Si en un primer momento temió por él, el orgullo de verlo haciendo lo que le gusta, yendo hacia donde soñó llegar, acaba en seguida con cualquier tipo de miedo.
Más tarde, aparece el sentimiento de desamparo.
Pero los viajeros encuentran en el camino a gente que siente lo mismo. A medida que hablan unos con otros, descubren que no están solos: se convierten en compañeros de viaje, comparten la solución que encontraron para cada obstáculo. Y todos se dan cuenta de que son más sabios y de que están más vivos de lo que imaginaban.
En los momentos en los que el sufrimiento o el arrepentimiento se instalan en sus tiendas y no les permiten dormir bien, se dicen a sí mismos: «Mañana, y sólo mañana, daré un paso más. Siempre puedo volver, porque conozco el camino. Por tanto, un paso más no significará una gran diferencia.»
Hasta que un día, sin previo aviso, el camino deja de examinar al viajero y pasa a ser generoso con él. El espíritu de éste, hasta entonces afligido, se alegra con la belleza y los desafíos del nuevo paisaje.
Y los pasos, que antes eran automáticos, pasan a ser conscientes.
En vez de mostrar la comodidad de la seguridad, enseña la alegría de los desafíos.
El viajero continúa su jornada. En vez de quejarse del aburrimiento, empieza a quejarse del cansancio. Pero en ese momento se detiene, descansa, disfruta del paisaje y sigue adelante.
En vez de pasar la vida entera destruyendo los caminos que temía seguir, empieza a amar el que está recorriendo.
Aunque el destino final sea un misterio. Aunque en un determinado momento tome una decisión equivocada. Dios, que está viendo su coraje, le dará la inspiración necesaria para corregirla.
Lo que todavía lo aflige no son los hechos, sino el temor de no saber reaccionar ante ellos. Una vez decidido a seguir su camino y sabedor de que ya no hay otra alternativa, descubre una voluntad impecable, y los hechos se amoldan a sus decisiones.
«Dificultad» es el nombre de una antigua herramienta, creada simplemente para ayudarnos a definir quiénes somos.
Las tradiciones religiosas enseñan que la fe y la transformación son la única manera de acercarnos a Dios.
La fe nos muestra que en ningún momento estamos solos.
La transformación nos hace amar el misterio.
Y, cuando todo parezca oscuro y nos sintamos desamparados, no miraremos hacia atrás, con miedo a ver las transformaciones ocurridas en nuestra alma. Miraremos hacia adelante.
No temeremos lo que pasará mañana, porque ayer tuvimos quien cuidase de nosotros.
Y esa misma presencia continuará a nuestro lado.
Esa presencia nos resguardará del sufrimiento.
O nos dará fuerza para afrontarlo con dignidad.
Llegaremos más lejos de lo que pensamos. Buscaremos el lugar donde nace la estrella de la mañana. Y nos sorprenderemos al ver que llegar hasta ella ha sido más fácil de lo que imaginamos.
La Dama de la Guadaña llega para los que no cambian y para los que cambian. Pero éstos al menos pueden decir: «Mi vida ha sido interesante, no he desaprovechado mi bendición.»
Y los que creen que la aventura es peligrosa que intenten la rutina: mata antes de tiempo.
Y alguien le pidió:
«En el momento en el que todo parece terrible,
tenemos que animar
nuestro espíritu.
Por tanto, háblanos
sobre la belleza.»
Algunas personas dicen: «No soy capaz de despertar el amor de los demás.» Pero en el amor no correspondido siempre existe la esperanza de que algún día será aceptado.
Otros escriben en sus diarios: «Nadie reconoce mi ingenio, nadie aprecia mi talento, nadie respeta mis sueños.» Pero también para ellos existe la esperanza de que las cosas cambien después de muchas luchas.
Otros se pasan el día llamando a puertas y explicando: «Estoy desempleado.» Saben que, si son pacientes, algún día una de las puertas se abrirá.
Pero los hay que se despiertan todas las mañanas con el corazón oprimido. No buscan amor, ni reconocimiento, ni trabajo.
Se dicen a sí mismos: «Soy inútil. Vivo porque necesito sobrevivir, pero a nadie, absolutamente a nadie, le interesa demasiado lo que hago.»
El sol brilla allá fuera, la familia está a su alrededor, procuran mantener la máscara de alegría porque a los ojos de los demás tienen todo lo que han soñado. Pero están convencidos de que todo el mundo puede prescindir de ellos. O porque son demasiado jóvenes y piensan que los más viejos tienen otras preocupaciones, o porque son demasiado viejos y creen que a los más jóvenes no les importa lo que tienen que decir.
El poeta escribe algunas líneas y las tira a la basura pensando: «Esto no le interesa a nadie.»
El empleado llega al trabajo, y todo lo que hace es repetir la tarea del día anterior. Cree que, si un día lo despiden, nadie notará su ausencia.
La chica cose su vestido poniendo un enorme empeño en cada detalle y, cuando llega a la fiesta, entiende lo que dicen las miradas: no está más guapa ni más fea. Su vestido es uno más entre los millones que hay en todos los lugares del mundo donde en ese preciso momento se están celebrando fiestas semejantes.
Algunas de éstas tienen lugar en grandes castillos; otras, en pequeñas aldeas donde todos se conocen y tienen algo que comentar sobre el vestido de los demás.
Menos sobre el suyo, que ha pasado desapercibido. No era bonito ni tampoco era feo, era simplemente un vestido más.
Inútil.
Los más jóvenes se dan cuenta de que el mundo está lleno de problemas enormes y sueñan con resolverlos, pero nadie se interesa por su opinión. «Vosotros aún no conocéis la realidad del mundo —les dicen—. Escuchad a los más viejos y sabréis mejor qué hacer.»
Los más viejos tienen experiencia y madurez, aprendieron a la fuerza de las adversidades de la vida. Pero, cuando llega la hora de enseñar, nadie está interesado. «El mundo ha cambiado —replican—. Hay que acompañar el progreso y escuchar a los más jóvenes.»
Sin respetar edades y sin pedir permiso, el sentimiento de inutilidad corroe el alma de las personas repitiendo siempre: «Nadie se interesa por ti, no eres nada, el planeta no necesita tu presencia.»
En la desesperada intención de darle sentido a su vida, muchos comienzan a buscar la religión, porque la lucha en nombre de la fe siempre parece justificar algo grande, algo que puede transformar el mundo. «Trabajamos para Dios», se dicen a sí mismos.
Y se convierten en devotos. Después se convierten en evangelistas. Y finalmente se convierten en fanáticos.
No entienden que la religión pretende compartir los misterios y la adoración, nunca oprimir a los demás y obligarlos a que se conviertan. La mayor manifestación del milagro de Dios es la vida.
Esta noche lloraré por ti, ¡oh Jerusalén!, porque la comprensión de la Unidad Divina va a desaparecer durante los próximos mil años.
Preguntad a una flor del campo: «¿Te sientes inútil porque todo lo que haces es engendrar otras flores iguales?»
Y ella contestará: «Soy bella, y la belleza en sí es mi razón de vivir.»
Preguntad a un río: «¿Te sientes inútil porque todo lo que haces es correr siempre en la misma dirección?»
Y él os contestará: «No intento ser útil; intento ser un río.»
Ante los ojos de Dios, nada en este mundo está de más. Ni una hoja que cae del árbol, ni un pelo que cae de la cabeza, ni un insecto que muere por estar molestando. Todo tiene una razón de ser.
Incluso tú, que acabas de hacerte esta pregunta. «Soy inútil» es una respuesta que te estás dando a ti mismo.
Pronto esta respuesta te envenenará y morirás en vida, aunque sigas andando, comiendo, durmiendo e intentando divertirte cuando sea posible.
No intentes ser útil. Intenta ser tú: eso basta, y en eso reside tu razón de ser.
No andes ni más rápido ni más despacio que tu alma. Porque es ella la que te enseñará, con cada paso, para qué eres útil. A veces lo serás para participar en un gran combate que ayudará a cambiar el rumbo de la historia. Pero a veces lo serás, sencillamente, para sonreírle sin motivo a una persona con la que te has cruzado por casualidad en la calle.
Sin tener la menor intención, puedes haberle salvado la vida a un desconocido que también se creía inútil y que quizá estaba a punto de matarse, hasta que una sonrisa le dio esperanza y confianza.
Aunque observes tu vida con toda atención y repases cada uno de los momentos en los que sufriste, sudaste y sonreíste bajo el sol, jamás podrás saber exactamente cuándo fuiste útil para los demás.
Una vida nunca es inútil. Cada alma venida a la Tierra tiene una razón para estar aquí.
Las personas que realmente hacen bien a los demás no intentan ser útiles, sino llevar una vida interesante. Casi nunca dan consejos, sino que sirven de ejemplo.
Busca sólo esto: vivir lo que siempre has deseado vivir. Evita criticar a los demás y concéntrate en lo que siempre has soñado. Tal vez no te parezca muy importante. Pero Dios, que todo lo ve, sabe que el ejemplo que das lo está ayudando a mejorar el mundo. Y, cada día que pase, te cubrirá de más bendiciones.
Y, cuando la Dama de la Guadaña llegue, la oirás decir: «Es justo preguntar: “Padre, Padre, ¿por qué me has abandonado?”
»Pero ahora, en este último segundo de tu vida en la Tierra, te voy a decir lo que he visto: la casa limpia, la mesa puesta, el campo arado, las flores sonriendo. He visto cada cosa en su sitio, como tenía que ser. Entendiste que las pequeñas cosas son las responsables de los grandes cambios.
»Y, por eso, voy a llevarte al Paraíso.»
Y una mujer llamada Almira,
que era costurera, dijo:
«Podría haberme marchado
antes de la llegada de los cruzados
y hoy estaría trabajando en Egipto.
Pero siempre he tenido miedo a cambiar.»
Y él respondió:
Tenemos miedo a cambiar porque creemos que, después de mucho esfuerzo y sacrificio, conocemos nuestro mundo.
Y aunque no sea el mejor, aunque no estemos totalmente satisfechos, al menos no habrá sorpresas. No nos equivocaremos.
Cuando sea necesario, haremos pequeños cambios para que todo siga igual.
Vemos que las montañas permanecen en el mismo lugar. Vemos que los árboles ya crecidos, cuando se trasplantan, acaban muriendo.
Y decimos: «Quiero ser como las montañas y los árboles. Sólidos y respetados.»
Incluso cuando, por la noche, nos despertemos: «Me gustaría ser como los pájaros, que pueden visitar Damasco y Bagdad y volver siempre que lo deseen.»
O también: «Quién me permitiera ser como el viento, que nadie sabe de dónde viene ni hacia dónde va y cambia de dirección sin tener que darle explicaciones a nadie.»
Pero al día siguiente recordamos que los pájaros están siempre huyendo de los cazadores y de las aves más fuertes. Y que el viento a veces queda atrapado en un remolino y todo lo que hace es destruir lo que está a su alrededor.
Es muy bueno soñar que siempre hay espacio para ir más lejos y que lo haremos algún día. Los sueños nos alegran, porque gracias a ellos sabemos que somos más capaces de lo que imaginábamos.
Soñar no implica riesgos. Lo peligroso es querer convertir los sueños en realidad.
Pero llega el día en el que el destino llama a nuestra puerta. Puede ser la llamada suave del Ángel de la Suerte o la llamada inconfundible de la Dama de la Guadaña. Ambas dicen: «Cambia ahora.» No la próxima semana, ni el próximo mes, ni el próximo año. Los ángeles dicen: «Ahora.»
Siempre escuchamos a la Dama de la Guadaña. Y lo cambiamos todo por culpa del miedo a que nos lleve con ella: cambiamos de aldea, de hábitos, de acera, de comida, de comportamiento. No podemos convencer a la Dama de la Guadaña de que nos permita continuar siendo como antes. No hay diálogo.
También escuchamos al Ángel de la Suerte, pero a él le preguntamos: «¿Adónde quieres llevarme?»
«A una nueva vida» es la respuesta.
Y recordamos: tenemos nuestros problemas, pero podemos solucionarlos, aunque pasemos cada vez más tiempo luchando contra ellos. Debemos servir de ejemplo a nuestros padres, a nuestros maestros, a nuestros hijos, y mantenernos en el camino correcto.
Nuestros vecinos esperan que seamos capaces de enseñarle a todo el mundo la virtud de la perseverancia, de la lucha contra las adversidades y de la superación de los obstáculos.
Y nos sentimos orgullosos con nuestro comportamiento. Y nos elogian porque no aceptamos cambiar, sino que seguimos el rumbo que el destino ha escogido para nosotros.
Nada más equivocado.
Porque el camino correcto es el camino de la naturaleza: en constante cambio, como las dunas del desierto.
Se equivocan los que piensan que las montañas no cambian: nacieron de terremotos, son labradas por el viento y la lluvia, y van cambiando cada día, aunque nuestros ojos no puedan verlo.
Las montañas cambian y se alegran. «Qué bien que no somos las mismas», se dicen unas a otras.
Se equivocan los que piensan que los árboles no cambian. Tienen que aceptar la desnudez del invierno y la vestimenta del verano. Y viajan más allá del terreno en el que están plantados porque los pájaros y el viento esparcen sus semillas.
Los árboles se alegran. «Yo creía que era uno y hoy descubro que soy muchos», les dicen a los hijos que empiezan a brotar a su alrededor.
La naturaleza nos dice: cambia.
Y los que no temen al Ángel de la Suerte entienden que es necesario seguir adelante, a pesar del miedo. A pesar de las dudas. A pesar de las recriminaciones. A pesar de las amenazas.
Este tipo de personas se enfrentan a sus valores y prejuicios. Escuchan los consejos de aquellos que los aman: «No hagas eso, ya tienes todo lo que necesitas: el amor de tus padres, el cariño de tu mujer y de tus hijos, el trabajo que te costó tanto conseguir. No corras el riesgo de ser un extranjero en una tierra extraña.»
Pero se arriesgan con el primer paso. A veces por curiosidad, otras veces por ambición, pero generalmente por el deseo incontrolable de aventura.
En cada curva del camino se sienten más atormentados. Mientras, se sorprenden a sí mismos: son más fuertes y más alegres.
Alegría. Ésa es una de las principales bendiciones del Todopoderoso. Si estamos alegres, nos encontramos en el camino correcto.
El miedo se aleja poco a poco porque se le ha dado la importancia que deseaba tener.
Una pregunta persiste en los primeros pasos del camino: «¿Mi decisión de cambiar habrá hecho que los demás sufran por mí?»
Pero el que ama quiere ver al amado feliz. Si en un primer momento temió por él, el orgullo de verlo haciendo lo que le gusta, yendo hacia donde soñó llegar, acaba en seguida con cualquier tipo de miedo.
Más tarde, aparece el sentimiento de desamparo.
Pero los viajeros encuentran en el camino a gente que siente lo mismo. A medida que hablan unos con otros, descubren que no están solos: se convierten en compañeros de viaje, comparten la solución que encontraron para cada obstáculo. Y todos se dan cuenta de que son más sabios y de que están más vivos de lo que imaginaban.
En los momentos en los que el sufrimiento o el arrepentimiento se instalan en sus tiendas y no les permiten dormir bien, se dicen a sí mismos: «Mañana, y sólo mañana, daré un paso más. Siempre puedo volver, porque conozco el camino. Por tanto, un paso más no significará una gran diferencia.»
Hasta que un día, sin previo aviso, el camino deja de examinar al viajero y pasa a ser generoso con él. El espíritu de éste, hasta entonces afligido, se alegra con la belleza y los desafíos del nuevo paisaje.
Y los pasos, que antes eran automáticos, pasan a ser conscientes.
En vez de mostrar la comodidad de la seguridad, enseña la alegría de los desafíos.
El viajero continúa su jornada. En vez de quejarse del aburrimiento, empieza a quejarse del cansancio. Pero en ese momento se detiene, descansa, disfruta del paisaje y sigue adelante.
En vez de pasar la vida entera destruyendo los caminos que temía seguir, empieza a amar el que está recorriendo.
Aunque el destino final sea un misterio. Aunque en un determinado momento tome una decisión equivocada. Dios, que está viendo su coraje, le dará la inspiración necesaria para corregirla.
Lo que todavía lo aflige no son los hechos, sino el temor de no saber reaccionar ante ellos. Una vez decidido a seguir su camino y sabedor de que ya no hay otra alternativa, descubre una voluntad impecable, y los hechos se amoldan a sus decisiones.
«Dificultad» es el nombre de una antigua herramienta, creada simplemente para ayudarnos a definir quiénes somos.
Las tradiciones religiosas enseñan que la fe y la transformación son la única manera de acercarnos a Dios.
La fe nos muestra que en ningún momento estamos solos.
La transformación nos hace amar el misterio.
Y, cuando todo parezca oscuro y nos sintamos desamparados, no miraremos hacia atrás, con miedo a ver las transformaciones ocurridas en nuestra alma. Miraremos hacia adelante.
No temeremos lo que pasará mañana, porque ayer tuvimos quien cuidase de nosotros.
Y esa misma presencia continuará a nuestro lado.
Esa presencia nos resguardará del sufrimiento.
O nos dará fuerza para afrontarlo con dignidad.
Llegaremos más lejos de lo que pensamos. Buscaremos el lugar donde nace la estrella de la mañana. Y nos sorprenderemos al ver que llegar hasta ella ha sido más fácil de lo que imaginamos.
La Dama de la Guadaña llega para los que no cambian y para los que cambian. Pero éstos al menos pueden decir: «Mi vida ha sido interesante, no he desaprovechado mi bendición.»
Y los que creen que la aventura es peligrosa que intenten la rutina: mata antes de tiempo.
Y alguien le pidió:
«En el momento en el que todo parece terrible,
tenemos que animar
nuestro espíritu.
Por tanto, háblanos
sobre la belleza.»
El Manuscrito Encontrado en Accra
en este ciclo no hay vencedores ni perdedores: sólo etapas que hay que
superar. Cuando el corazón del ser humano comprende eso, es libre. Acepta sin
pesar los momentos difíciles y no se deja engañar por los momentos de gloria.
Ambos van a pasar. Uno sucederá al otro. Y el ciclo continuará hasta
liberarnos de la carne y hacer que nos encontremos con la Energía Divina.
Por tanto, cuando el luchador esté en la arena —ya sea por elección propia
o porque el insondable destino lo puso allí—, que su espíritu tenga alegría en
el combate que está a punto de empezar. Si mantiene la dignidad y el honor,
puede perder la batalla, pero jamás será derrotado, porque su alma estará
intacta.
Y no culpará a nadie de lo que le está sucediendo. Desde que amó por
primera vez y le rechazaron entendió que eso no mató su capacidad de amar. Lo
que vale para el amor vale también para la guerra.
Perder una batalla, o perder todo lo que pensamos poseer, nos entristece.
Pero cuando pasa ese momento, descubrimos la fuerza desconocida que existe en
cada uno de nosotros, la fuerza que nos sorprende y hace que nos respetemos más
a nosotros mismos.
Miramos a nuestro alrededor y nos decimos: «He sobrevivido.» Y nos
alegramos con nuestras palabras.
Sólo los que no reconocen esa fuerza dicen: «Me han derrotado.» Y se
entristecen.
Otros, a pesar del sufrimiento por haber perdido y humillados por las
historias que los vencedores cuentan de ellos, se permiten derramar algunas
lágrimas, pero nunca sienten pena de sí mismos. Saben que el combate sólo se ha
interrumpido y que, por el momento, están en desventaja.
Escuchan los latidos de su propio corazón. Notan que están tensos. Que
tienen miedo. Hacen balance de su vida y descubren que, pese al terror que
sienten, la fe sigue iluminando su alma y empujándolos hacia adelante.
Intentan averiguar en qué se equivocaron y en qué acertaron. Aprovechan que
han caído para descansar, curar las heridas, descubrir nuevas estrategias y
prepararse mejor.
Y llega un día en el que un nuevo combate llama a su puerta. El miedo sigue
ahí, pero tienen que actuar, o permanecerán para siempre tirados en el suelo.
Se levantan y se enfrentan al adversario, recordando el sufrimiento que
vivieron y que no quieren volver a vivir.
La derrota anterior los obliga a vencer esta vez, ya que no quieren sufrir
otra vez el mismo dolor.
Y si la victoria no llega esta vez, llegará la próxima. Y, si no la
próxima, será la siguiente. Lo peor no es caer; es quedarse tirado en el suelo.
Sólo es derrotado el que desiste. Todos los demás saldrán victoriosos.
Y llegará el día en el que los momentos difíciles serán sólo historias que
contarán, orgullosos, a aquellos que quieran escuchar. Y todos los oirán con
respeto y aprenderán tres cosas importantes:
A tener paciencia para esperar el momento justo de actuar.
Sabiduría para no dejar escapar la siguiente oportunidad.
Y orgullo de sus cicatrices.
Las cicatrices son medallas grabadas a fuego y hierro en la carne que
asustarán a sus enemigos, pues demuestran que la persona que está frente a
ellos tiene mucha experiencia en el combate. Muchas veces, eso los llevará a
buscar el diálogo y evitará el conflicto.
Las cicatrices hablan más alto que la hoja de la espada que las causó.
«Describe a los
derrotados»,
le pidió un mercader
cuando vio que el Copto
había acabado de hablar.
Y él respondió:
Los derrotados son aquellos que no fracasan.
La derrota nos hace perder una batalla o una guerra. El fracaso no nos deja
luchar.
La derrota llega cuando no conseguimos algo que deseamos mucho. El fracaso
no nos permite soñar. Su lema es: «No anheles nada y nunca sufrirás.»
La derrota termina cuando volvemos de nuevo al combate. El fracaso no tiene
un final: es una elección vital.
La derrota es para aquellos que, a pesar del miedo, viven con entusiasmo y
fe.
La derrota es para los valientes. Sólo ellos pueden tener el honor de
perder y la alegría de ganar.
No estoy aquí para decir que la derrota forma parte de la vida; eso todos
lo sabemos. Sólo los derrotados conocen el Amor. Porque es en el reino del Amor
donde libramos nuestros primeros combates. Y generalmente perdemos.
Estoy aquí para deciros que hay personas a las que nadie ha derrotado.
Son aquellas que nunca han luchado.
Consiguieron evitar las cicatrices, las humillaciones, el desamparo y los
momentos en los que los guerreros dudan de la existencia de Dios.
Esas personas pueden decir con orgullo: «Nunca he perdido una batalla.» Sin
embargo, nunca podrán decir: «He ganado una batalla.»
Pero eso no les interesa. Viven en un universo en el que creen que nadie
logrará alcanzarlas, cierran los ojos a las injusticias y al sufrimiento, se sienten
seguras porque no necesitan afrontar los desafíos diarios de los que se
arriesgan a ir más allá de sus propios límites.
Nunca han escuchado un «Adiós». Tampoco un «Ya estoy de vuelta. Abrázame
con el sabor del que me había perdido y ha vuelto a encontrarme».
Los que nunca han sido derrotados parecen alegres y superiores, dueños de
una verdad por la que no han movido ni un dedo. Están siempre al lado del más
fuerte. Son como hienas, que sólo comen los restos que el león desprecia.
Enseñan a sus hijos: «No os involucréis en conflictos, saldréis perdiendo.
Guardad vuestras dudas para vosotros mismos y nunca tendréis problemas. Si
alguien os agrede, no os sintáis ofendidos ni os rebajéis respondiendo al
ataque. Hay otras cosas de las que preocuparse en la vida.»
En el silencio de la noche, afrontan sus batallas imaginarias: los sueños
no realizados, las injusticias que fingieron no sufrir, los momentos de
cobardía que consiguieron disfrazar ante todos —menos ante sí mismos—, y el
amor que con un brillo en los ojos se cruzó en su camino, un amor que les
estaba destinado por la mano de Dios y que, sin embargo, no tuvieron el coraje
de abordar.
Y prometen: «Mañana será diferente.»
Pero el mañana llega y también la pregunta que los paraliza: «¿Y si todo sale
mal?»
Entonces no hacen nada.
¡Ay de los que nunca han sido vencidos! Tampoco serán vencedores en esta
vida.
«Háblanos sobre la
soledad»,
le pidió una joven que
estaba
a punto de casarse con el
hijo
de uno de los hombres más
ricos
de la ciudad y que ahora
se veía
obligada a huir.
Y él respondió:
Sin la soledad, el Amor no permanecerá mucho tiempo a tu lado.
Porque el Amor también necesita reposo, para poder viajar por los cielos y
manifestarse de otras formas.
Sin la soledad, ninguna planta o animal sobrevive, ninguna tierra es
productiva durante mucho tiempo, ningún niño puede aprender sobre la vida ni
ningún artista consigue crear, ningún trabajo puede crecer y transformarse.
La soledad no es la ausencia de Amor, sino su complemento.
La soledad no es la ausencia de compañía, sino el momento en el que nuestra
alma tiene la libertad de conversar con nosotros y ayudarnos a decidir sobre
nuestras vidas.
Por tanto, benditos sean aquellos que no temen la soledad. Que no se asustan
con la propia compañía, que no se desesperan en busca de algo con lo que
ocuparse y divertirse o a lo que juzgar.
Porque el que nunca está solo ya no se conoce a sí mismo.
Y el que no se conoce a sí mismo pasa a temer el vacío.
Pero el vacío no existe. Un mundo enorme se esconde en nuestra alma,
esperando a que lo descubramos. Está ahí, con su fuerza intacta, pero es tan
nuevo y tan poderoso que nos da miedo aceptar su existencia.
Porque el hecho de descubrir quiénes somos nos obligará a aceptar que podemos
ir mucho más allá de lo que estamos acostumbrados. Y eso nos asusta. Mejor no
arriesgar tanto, ya que siempre podemos decir: «No hice lo que tenía que hacer
porque no me dejaron.»
Es más cómodo. Es más seguro. Y, al mismo tiempo, es renunciar a la propia
vida.
¡Ay de aquellos que prefieren pasar la vida diciendo «Yo no tuve la
oportunidad»!
Porque cada día que pase se hundirán aún más en el pozo de sus propios
límites, y llegará un momento en el que ya no tendrán fuerzas para escapar de
él y encontrar de nuevo la luz que brilla en el hueco que está sobre sus
cabezas.
Y benditos los que dicen: «Yo no tengo coraje.»
Porque ésos entienden que la culpa no es de los demás. Y tarde o temprano
encontrarán la fe necesaria para afrontar la soledad y sus misterios.
Y, para aquellos que no se dejan asustar por la soledad que revela los
misterios, todo tendrá un sabor diferente.
En la soledad descubrirán el amor que podría pasar desapercibido. En la
soledad entenderán y respetarán el amor que partió.
En la soledad sabrán decidir si vale la pena pedirle que regrese, o si debe
permitir que ambos sigan un nuevo camino.
En la soledad aprenderán que decir «no» no siempre es una falta de
generosidad, y que decir «sí» no siempre es una virtud.
Y aquellos que estáis solos en este momento no os dejéis asustar nunca por
las palabras del demonio, que dice: «Estás perdiendo el tiempo.»
O por las palabras, aún más poderosas, del jefe de los demonios: «No le
importas a nadie.»
La Energía Divina nos escucha cuando hablamos con los demás, pero también
nos escucha cuando estamos en silencio y aceptamos la soledad como una
bendición.
Y, en ese momento, Su luz ilumina todo lo que está a nuestro alrededor y
nos hace ver lo necesarios que somos, cómo nuestra presencia en la Tierra es
decisiva para Su trabajo.
Y, cuando conseguimos esa armonía, recibimos más de lo que pedimos.
Y aquellos que se sienten oprimidos por la soledad deben recordar: en los
momentos más importantes de la vida siempre estaremos solos.
Como el bebé al salir del vientre de la mujer: no importa cuántas personas
estén a su alrededor, es suya la decisión final de vivir.
Como el artista ante su obra: para que su trabajo sea realmente bueno,
tiene que estar callado y escuchar sólo la lengua de los ángeles.
Igual que nos encontraremos un día ante la muerte, la Dama de la Guadaña:
estaremos solos en el más importante y temido momento de nuestra existencia.
Así como el Amor es la condición divina, la soledad es la condición humana.
Y ambos conviven sin conflictos para aquellos que entienden el milagro de la
vida.
Y un muchacho al que
obligaban
a partir se rasgó las
vestiduras y dijo:
«Mi ciudad cree que no
sirvo para el
combate. Soy inútil.»
Once minutos
aprendió
que ciertas cosas se pierden para siempre. Aprendió también que había un lugar
llamado «lejos»,
cuando conocemos a alguien y nos enamoramos, tenemos la impresión de
que todo el universo está de acuerdo; hoy sucedió en la puesta de sol. ¡Sin
embargo, aunque algo salga mal, no sobra nada! Ni las garzas, ni la música a
lo lejos, ni el sabor de sus labios. ¿Cómo puede desaparecer tan de prisa la
belleza que allí había hace unos pocos minutos?
La vida es muy rápida; hace que la gente pase del cielo al infierno en
cuestión de segundos.
Todo me dice que estoy a punto de tomar una decisión equivocada, pero
los errores son una manera de reaccionar. ¿Qué es lo que el mundo quiere de mí?
¿Que no corra riesgos? ¿Que vuelva al lugar del que vengo, sin valor para
decirle «sí» a la vida?
Ya reaccioné equivocadamente cuando tenía once años y un niño me pidió
un lápiz prestado; desde entonces, entendí que a veces no hay una segunda oportunidad,
que es mejor aceptar los regalos que el mundo nos ofrece. Claro que es
arriesgado, pero ¿será el riesgo mayor que un accidente del autobús que tardó
cuarenta y ocho horas en traerme hasta aquí? Si tengo que ser fiel a alguien o
a algo, en primer lugar tengo que ser fiel a mí misma. Si busco el amor
verdadero, antes tengo que cansarme de los amores mediocres que encuentre. La
poca experiencia de vida que tengo me ha enseñado que nadie es dueño de nada,
todo es una ilusión, y eso incluye tanto los bienes materiales como los bienes
espirituales. Aquel que ya perdió algo que daba por hecho (algo que ya me
ocurrió tantas veces) al final aprende que nada le pertenece.
Y si nada me pertenece, tampoco tengo que perder mi tiempo cuidando
cosas que no son mías; mejor vivir como si hoy fuese el primer (o el último)
día de mi vida.
Aun siendo capaz de escribir cosas que juzgaba muy
sabias, no lograba seguir sus propios consejos; los momentos de depresión
fueron cada vez más frecuentes, y el teléfono seguía sin sonar.
María pensó
en el niño que le había pedido un lápiz, en el chico al que había besado con la
boca cerrada, en la alegría de conocer Río de Janeiro, en los hombres que la
habían usado sin dar nada a cambio, en las pasiones y en los amores perdidos a
lo largo de todo su camino. Su vida, a pesar de la aparente libertad, era un
sinfín de horas esperando el milagro, un amor verdadero, una aventura con el
mismo final romántico que siempre había visto en las películas y había leído en
los libros. Un autor había escrito que el tiempo no transforma al hombre, que
la sabiduría no transforma al hombre; lo único que puede hacer que alguien
cambie de idea es el amor. ¡Qué locura! El que lo escribió sólo conocía una
cara de la moneda.
Realmente, el amor era la primera de las cosas capaces
de cambiar totalmente la vida de una persona, de un momento a otro. Pero
existía la otra cara de la moneda, la segunda cosa que hacía al ser humano
tomar una dirección totalmente distinta de la que había planeado: se llamaba
desesperación.
Una vez más estaba allí con un chico, que esta vez no le pedía un lápiz, sino un poco de compañía. Miró a su pasado y, por primera vez, se perdonó a sí misma: no había sido culpa suya, sino del niño inseguro, que había desistido a la primera tentativa. Eran pequeños, y los pequeños se comportan así, ni ella ni el niño estaban equivocados, y eso supuso un gran alivio, se sintió mejor, no había desperdiciado su primera oportunidad en la vida. Todos lo hacen, es parte de la iniciación del ser humano en busca de su otra parte, las cosas son así.
Hoy, mientras andábamos alrededor del lago, por este extraño Camino de Santiago, el hombre que estaba conmigo, un pintor, una vida diferente de la mía, tiró una piedrecilla al agua. En el lugar en el que cayó la piedra aparecieron pequeños círculos que se fueron ampliando, ampliando, hasta alcanzar a un pato que pasaba
casualmente por allí y que nada tenía que ver con la piedra. Era vez de asustarse con la onda inesperada, decidió jugar con ella.
Algunas horas antes de esta escena, yo entré en un café, oí una voz y fue, como si Dios hubiese tirado una piedrecilla en aquel lugar. Las ondas de energía me tocaron a mí y a un hombre que estaba en una esquina, pintando un cuadro. Él sintió la vibración de la piedra, Yo también. ¿Y ahora?
El pintor sabe cuándo encuentra a una modelo. El músico sabe cuándo su instrumento está afinado. Aquí, en mi diario, soy consciente de que ciertas frases no son escritas por mí, sino por una mujer llena de «luz» que soy y rechazo aceptar.
Puedo seguir así. Pero también puedo, congo el patito del lago, divertirme y alegrarme con la ola que llegó de repente y alteró el agua.
Existe un nombre para esa piedra: pasión. Describe la belleza de un encuentro fulminante entre dos personas, pero no se limita a eso; está en la excitación de lo inesperado, en el deseo de hacer algo con fervor, en la certeza de que se va a conseguir realizar un sueño.
La pasión nos da señales que nos guían la vida, y me toca a mí descifrar esas señales.
Me gustaría creer que estoy enamorada. De alguien a quien no conozco y que no entraba en mis planes. Todos estos meses de autocontrol, de rechazar el amor; han dado como resultado exactamente lo opuesto: dejarme llevar por la primera persona que me prestó una atención diferente.
Menos mal que no tengo su teléfono, que no sé dónde vive, que puedo perderlo sin culparme a mí misma de haber perdido una oportunidad.
Y si fuera ése el caso, aunque ya lo haya perdido, yo he obtenido un día feliz en mi vida. Considerando el mundo tal y como es, un día feliz es casi un milagro.
Una vez más estaba allí con un chico, que esta vez no le pedía un lápiz, sino un poco de compañía. Miró a su pasado y, por primera vez, se perdonó a sí misma: no había sido culpa suya, sino del niño inseguro, que había desistido a la primera tentativa. Eran pequeños, y los pequeños se comportan así, ni ella ni el niño estaban equivocados, y eso supuso un gran alivio, se sintió mejor, no había desperdiciado su primera oportunidad en la vida. Todos lo hacen, es parte de la iniciación del ser humano en busca de su otra parte, las cosas son así.
Hoy, mientras andábamos alrededor del lago, por este extraño Camino de Santiago, el hombre que estaba conmigo, un pintor, una vida diferente de la mía, tiró una piedrecilla al agua. En el lugar en el que cayó la piedra aparecieron pequeños círculos que se fueron ampliando, ampliando, hasta alcanzar a un pato que pasaba
casualmente por allí y que nada tenía que ver con la piedra. Era vez de asustarse con la onda inesperada, decidió jugar con ella.
Algunas horas antes de esta escena, yo entré en un café, oí una voz y fue, como si Dios hubiese tirado una piedrecilla en aquel lugar. Las ondas de energía me tocaron a mí y a un hombre que estaba en una esquina, pintando un cuadro. Él sintió la vibración de la piedra, Yo también. ¿Y ahora?
El pintor sabe cuándo encuentra a una modelo. El músico sabe cuándo su instrumento está afinado. Aquí, en mi diario, soy consciente de que ciertas frases no son escritas por mí, sino por una mujer llena de «luz» que soy y rechazo aceptar.
Puedo seguir así. Pero también puedo, congo el patito del lago, divertirme y alegrarme con la ola que llegó de repente y alteró el agua.
Existe un nombre para esa piedra: pasión. Describe la belleza de un encuentro fulminante entre dos personas, pero no se limita a eso; está en la excitación de lo inesperado, en el deseo de hacer algo con fervor, en la certeza de que se va a conseguir realizar un sueño.
La pasión nos da señales que nos guían la vida, y me toca a mí descifrar esas señales.
Me gustaría creer que estoy enamorada. De alguien a quien no conozco y que no entraba en mis planes. Todos estos meses de autocontrol, de rechazar el amor; han dado como resultado exactamente lo opuesto: dejarme llevar por la primera persona que me prestó una atención diferente.
Menos mal que no tengo su teléfono, que no sé dónde vive, que puedo perderlo sin culparme a mí misma de haber perdido una oportunidad.
Y si fuera ése el caso, aunque ya lo haya perdido, yo he obtenido un día feliz en mi vida. Considerando el mundo tal y como es, un día feliz es casi un milagro.
El alquimista
-Quiero quedarme en
el oasis -repuso el muchacho-. Ya encontré a Fátima. Y ella, para mí,
vale más que el tesoro.
-Fátima es
una mujer del desierto -dijo el Alquimista-. Sabe que los hombres deben partir
para poder volver. Ella ya encontró su tesoro: tú.
Ahora espera que tú encuentres lo que buscas.
-¿Y si decido quedarme? -Serás el Consejero del Oasis. Tienes oro suficiente
como para comprar muchas ovejas y muchos
camellos. Te casarás con Fátima y viviréis
felices el primer año. Aprenderás a amar el desierto y conocerás cada
una de las cincuenta mil palmeras. Verás
cómo crecen, mostrando un mundo siempre
cambiante. Y entenderás cada vez más las señales, porque el desierto es el
mejor de todos los maestros.
»El segundo
año te empezarás a acordar de que existe un tesoro. Las señales empezarán a hablarte insistentemente sobre ello,
y tú intentarás ignorarlas. Dedicarás todos tus conocimientos al bienestar del
oasis y de sus habitantes. Los jefes
tribales te quedarán agradecidos por ello. Y tus camellos te aportarán riqueza
y poder.
»Al tercer
año, las señales continuarán hablando de tu tesoro y tu Leyenda Personal. Pasarás noches enteras andando por
el oasis, y Fátima será una mujer
triste, porque ella fue la que interrumpió tu camino. Pero tú le darás amor, y ella te corresponderá. Tú
recordarás que ella jamás te pidió que te
quedaras, porque una mujer del desierto sabe esperar a su hombre. Por eso no puedes
culparla. Pero andarás muchas noches por
las arenas del desierto y paseando entre las palmeras, pensando que tal vez pudiste haber seguido
adelante y haber confiado más en tu amor
por Fátima. Porque lo que te retuvo en el oasis
fue tu propio miedo a no volver nunca. Y, a estas alturas, las señales
te indicarán que tu tesoro está enterrado para siempre.
»El cuarto año, las señales te abandonarán, porque tú no quisiste oírlas.
Los Jefes Tribales lo sabrán, y serás destituido
del Consejo.
Entonces serás un rico comerciante con muchos
camellos y muchas mercancías.
Pero pasarás el resto de tus días vagando entre las
palmeras y el desierto, sabiendo que no
cumpliste con tu Leyenda Personal y que ya es demasiado tarde para ello.
»Sin
comprender jamás que el Amor nunca impide a un hombre seguir su Leyenda
Personal. Cuando esto sucede, es porque
no era el verdadero Amor, aquel que habla el Lenguaje del Mundo.
el Alma del Mundo decide comprobar todo aquello que
se aprendió durante el camino. Hace esto no
porque sea mala, sino para que podamos, junto con nuestro sueño,
conquistar también las lecciones que
aprendimos mientras íbamos hacia él. Es
el momento en el que la mayor parte de las personas desiste.
Es lo que
llamamos, en el lenguaje del desierto, morir de sed cuando las palmeras ya
aparecieron en el horizonte.
»Una búsqueda
comienza siempre con la
Suerte del Principiante.
Y termina siempre con la Prueba del Conquistador.
-¿Está usted loco? -preguntó el muchacho al Alquimista cuando ya se habían distanciado
bastante-. ¿Por qué les dijo eso? -Para
enseñarte una simple ley del mundo -repuso el Alquimista-.
Cuando tenemos los grandes tesoros delante de nosotros, nunca los reconocemos.
¿Y sabes por qué? Porque los hombres no creen en
tesoros.
Quien vive su Leyenda Personal sabe todo lo que
necesita saber.
Sólo una cosa hace que un sueño sea imposible: el
miedo a fracasar.
-No tengo
miedo de fracasar. Simplemente no sé transformarme en viento.
-Pues tendrás que aprender. Tu vida depende de
ello.
-¿Y si no lo consigo? -Morirás mientras
estabas viviendo tu Leyenda Personal.
Pero eso ya es mucho mejor que morir
como millones de personas que jamás supieron que la Leyenda Personal
existía.
»Mientras
tanto, no te preocupes. Generalmente la muerte hace que las personas se
tornen más sensibles a la vida.
Pasó el primer día. Hubo una gran batalla en las
inmediaciones, y varios heridos fueron
trasladados al campamento militar. «Nada cambia
con la muerte», pensaba el muchacho. Los guerreros que morían eran
sustituidos por otros, y la vida continuaba.
-Podrías haber muerto más tarde, amigo mío -dijo el
guarda al cuerpo de un compañero suyo-.
Podrías haber muerto cuando llegase la paz. Pero hubieras terminado muriendo de
cualquier manera.
Al caer el día, el muchacho fue a buscar al Alquimista. Llevaba al halcón
hacia el desierto.
-No sé transformarme en viento -repitió el
muchacho.
-Acuérdate
de lo que te dije: el mundo no es más que la parte visible de Dios. Y que la Alquimia es traer al
plano material la perfección espiritual.
-¿Y ahora qué hace? -Alimento a mi halcón.
-Si no
consigo transformarme en viento, moriremos -dijo el muchacho-. ¿Para qué
alimentar al halcón? -Quien morirá eres
tú -replicó el Alquimista-. Yo sé transformarme en viento.
-¿Qué es el amor? -preguntó el desierto.
-El amor es
cuando el halcón vuela sobre tus arenas. Porque para él, tú eres un campo
verde, y él nunca volvió sin caza. Él
conoce tus rocas, tus dunas y tus montañas, y tú eres generoso con él.
-El pico del
halcón arranca pedazos de mí -dijo el desierto-.
Durante años
yo crío su caza, la alimento con la escasa agua que tengo, le muestro dónde está la comida. Y un día,
justamente cuando yo empezaba a sentir el cariño de la caza sobre mis arenas, el halcón baja del cielo y
se lleva lo que yo crié.
-Pero tú
criaste la caza precisamente para eso -respondió el muchacho-. Para alimentar
al halcón.
Y el halcón alimentará al hombre. Y el hombre
entonces alimentará un día tus arenas,
de donde volverá a surgir la caza. Así se mueve el mundo.
-¿Y eso es el amor? -Sí, eso es el amor. Es lo que hace que la caza se
transforme en halcón, el halcón en
hombre y el hombre de nuevo en desierto. Es esto lo que hace que el plomo se transforme en oro, y que el oro vuelva a
esconderse bajo la tierra.
-No entiendo tus palabras -dijo el desierto.
-Entonces
entiende que en algún lugar de tus arenas, una mujer me espera.
Y para poder regresar con ella, tengo que
transformarme en viento.
Cuando se ama es cuando se consigue ser algo de la Creación. Cuando
se ama no tenemos ninguna necesidad de
entender lo que sucede, porque todo pasa a suceder dentro de nosotros, y los hombres pueden
transformarse en viento.
Siempre que los vientos ayuden, claro está.
El viento
era muy orgulloso y le molestó lo que el chico decía.
Comenzó a soplar con más fuerza, levantando las arenas del desierto.
Pero
finalmente tuvo que reconocer que, aun habiendo recorrido el mundo
entero, no sabía cómo transformar a los
hombres en viento. Y no conocía el Amor.
-Mientras paseaba por el mundo noté que muchas
personas hablaban de amor mirando hacia el cielo -dijo el viento, furioso por tener que aceptar sus limitaciones-. Tal vez sea
mejor preguntar al cielo.
-Entonces
ayúdame -dijo el muchacho-. Llena este lugar de polvo para que yo pueda
mirar al sol sin quedarme ciego.
El viento
sopló con mucha fuerza, y el cielo se llenó de arena, dejando apenas un disco
dorado en el lugar del sol.
Desde el
campamento resultaba muy difícil ver lo que sucedía. Los hombres del desierto
ya conocían aquel viento. Se llamaba
simún, y era peor que una tempestad en
el mar (porque ellos no conocían el mar). Los caballos relinchaban y las armas
empezaron a quedar cubiertas de arena.
En el peñasco, uno de los comandantes le dijo al
general: -Quizá sea mejor parar todo esto.
Ya casi no
podían ver al muchacho. Los rostros seguían cubiertos por los velos azules, pero los ojos ahora
transmitían solamente espanto.
-Vamos a poner fin a esto -insistió otro
comandante.
-Quiero ver
la grandeza de Alá -dijo, con respeto, el general-.
Quiero ver cómo los hombres se transforman en
viento.
Pero anotó
mentalmente el nombre de los dos hombres que habían tenido miedo. En cuanto el viento parase, los
destituiría de sus respectivos puestos,
porque los hombres del desierto no sienten miedo.
-El viento me dijo que tú conoces el Amor -dijo el muchacho al Sol-.
Si conoces el Amor, conoces también el Alma del
Mundo, que está hecha de Amor.
-Desde donde
estoy puedo ver el Alma del Mundo -dijo el Sol-. Ella se comunica con mi alma y los dos juntos hacemos crecer las
plantas y caminar en busca de sombra a
las ovejas. Desde donde estoy, y estoy muy
lejos del mundo, aprendí a amar. Sé que si me aproximo un poco más a la Tierra , todo lo que hay en ella morirá, y el Alma
del Mundo
dejará de
existir. Entonces nos contemplamos y nos queremos, y yo le doy vida y calor y
ella me da una razón para vivir.
-Tú conoces el Amor -aseguró el muchacho.
-Y conozco
el Alma del Mundo, porque conversamos mucho en este viaje sin fin por el Universo. Ella me cuenta
que su mayor preocupación es que, hasta
hoy, sólo los minerales y los vegetales entendieron que todo es una sola cosa. Y para eso no es
necesario que el hierro sea igual que el
cobre, ni que el cobre sea igual que el oro.
Cada uno cumple su función exacta en esta cosa
única, y todo sería una Sinfonía de Paz si la Mano que escribió todo esto
se hubiera detenido en el quinto día de la creación.
» Pero hubo un sexto día -añadió el Sol.
-Tú eres
sabio porque lo ves todo desde la distancia -respondió el muchacho-.
Pero no conoces el Amor. Si no hubiera habido un
sexto día de la creación, no existiría
el hombre, y el cobre sería siempre cobre, y el plomo siempre plomo. Cada uno
tiene su Leyenda Personal, es verdad,
pero un día esta Leyenda Personal se cumplirá. Entonces es necesario transformarse en algo mejor, y tener una
nueva Leyenda Personal, hasta que el Alma del Mundo sea realmente una sola
cosa.
El Sol se
quedó pensativo y decidió brillar más fuerte. El viento, que estaba disfrutando con la conversación, sopló
también más fuerte, para que el Sol no cegase al muchacho.
-Para eso
existe la Alquimia
-prosiguió el muchacho-. Para que cada hombre busque su tesoro, y lo encuentre,
y después quiera ser mejor de lo que fue en su vida anterior. El plomo
cumplirá su papel hasta que el mundo no necesite más plomo; entonces tendrá que
transformarse en oro.
»Es lo que
hacen los Alquimistas. Muestran que, cuando buscamos ser mejo res de lo que somos, todo a nuestro alrededor se
vuelve mejor también.
-¿Y por qué dices que yo no conozco el Amor?
-preguntó el Sol.
-Porque el
amor no es estar parado como el desierto, ni recorrer el mundo como el
viento, ni verlo todo de lejos, como tú.
El Amor es la fuerza que transforma y
mejora el Alma del Mundo. Cuando penetré en ella por primera vez, la encontré perfecta. Pero
después vi que era un reflejo de todas
las criaturas, y tenía sus guerras y sus pasiones.
Somos nosotros quienes alimentamos el Alma del Mundo, y la tierra
donde vivimos será mejor o peor según seamos mejores o peores. Ahí
es donde
entra la fuerza del Amor, porque cuando amamos, siempre deseamos ser mejores de
lo que somos.
-¿Qué es lo que quieres de mí? -quiso saber el Sol.
-Que me ayudes a transformarme en viento -respondió el muchacho.
-La Naturaleza me reconoce como
la más sabia de todas las criaturas -dijo el Sol-, pero no sé cómo
transformarte en viento.
-¿Con quién debo hablar, entonces? Por un momento,
el Sol se quedó callado. El viento lo estaba escuchando todo, y difundiría por todo el mundo que su
sabiduría era limitada. Sin embargo, no había manera de eludir a aquel muchacho que hablaba el
Lenguaje del Mundo.
-Habla con la Mano que lo escribió todo -dijo el Sol.
El viento
gritó de alegría y sopló con más fuerza que nunca. Las tiendas comenzaron a arrancarse de la arena y los animales se
soltaron de sus riendas. En el peñasco,
los hombres se agarraban los unos a los otros para no ser lanzados lejos.
El muchacho
se dirigió entonces a la Mano
que Todo lo Había Escrito.
Y, en vez de empezar a hablar, sintió que el
Universo permanecía en silencio, y él guardó silencio también.
Una fuerza
de Amor surgió de su corazón y el muchacho comenzó a rezar. Era una oración nueva, pues era una
oración sin palabras y sin ruegos.
No estaba agradeciendo que las ovejas hubieran
encontrado pasto , ni implorando para vender más cristales, ni pidiendo que la
mujer que había encontrado estuviese
esperando su regreso. En el silencio que siguió, el muchacho entendió que el desierto, el viento y el Sol también buscaban las señales que
aquella Mano había escrito, y procuraban
cumplir sus caminos y entender lo que estaba escrito en una simple esmeralda. Sabía que aquellas señales
estaban diseminadas por la Tierra y el Espacio, y que
en su apariencia no tenían ningún motivo
ni significado, y que ni los desiertos, ni los vientos, ni los soles ni
los hombres sabían por qué habían sido creados. Pero aquella Mano tenía un motivo para todo ello, y sólo ella era
capaz de operar milagros, de transformar
océanos en desiertos y hombres en viento.
Porque sólo
ella entendía que un designio mayor empujaba al Universo hacia un punto donde los seis días de la
creación se transformarían en la
Gran Obra.
Y el
muchacho se sumergió en el Alma del Mundo y vio que el Alma del Mundo era parte del Alma de Dios, y vio
que el Alma de Dios era su propia alma. Y que podía, por lo tanto, realizar milagros.
El simún
sopló aquel día como jamás había soplado. Durante muchas generaciones los árabes contaron la leyenda
de un muchacho que se había transformado
en viento, había semidestruido un campamento
militar y desafiado el poder del general más importante del ejército.
Cuando el
simún cesó de soplar, todos miraron hacia el lugar don de estaba el muchacho.
Ya no se encontraba allí; estaba junto a un centinela casi cubierto de arena y que vigilaba el lado
opuesto del campamento.
Los hombres
estaban aterrorizados con la brujería. Sólo dos personas sonreían: el Alquimista, porque había
encontrado a su verdadero discípulo, y
el general porque el discípulo había entendido la gloria de Dios.
«Todo lo que sucede una vez puede que no suceda nunca
más. Pero todo lo que sucede dos veces,
sucederá, ciertamente, una tercera.»
-No importa
lo que haga, cada persona en la
Tierra está siempre representando el papel principal de la Historia del mundo
-dijo-. Y normalmente no lo sabe.
. Daba gracias a Dios por haber creído en su Leyenda Personal y por haber encontrado
cierto día a un rey, un mercader, un
inglés y un alquimista. Y, por encima de todo, por haber encontrado a una mujer del desierto,
que le había hecho entender que el Amor
jamás separará a un hombre de su Leyenda Personal.
« ¿De qué
sirve el dinero, si tienes que morir? Pocas veces el dinero es capaz de librar
a alguien de la muerte»
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